Las cosas que me pasan en las conferencias son un misterio inmenso para mí, querido lector… Una de las más curiosas me sucedió hace ocho años, de la forma más inesperada. Acababa de impartir una conferencia en Sevilla cuando, entre los numerosos asistentes, se me acercó una mujer desconocida. “Tome”, dijo, entregándome algo. Descubrí que era una preciosa medalla. ¡Pero cuando levanté la mirada se había escabullido entre la masa de gente! “¡Espere!”, grité. Pero mi voz se perdió entre el barullo…
Cuando luego, en el hotel, tuve la oportunidad de observar con más esmero mi regalo, caí en la cuenta de que se trataba de una medalla peculiar muy hermosa. En una cara se veía al Sagrado Corazón de Jesús, en cuyo borde leí: “Reinaré en España con más veneración que en otras partes”. En el reverso había una representación singular: una Sagrada Forma rodeada de querubines y personajes extravagantes que oraban. Los había con plumaje de indios, con gorros chinos y hasta con pañuelos. Bajo esa imagen, nuevamente unas palabras: “Quiero ser adorado por todos los hombres”. Enseguida me la colgué del cuello.
Pasaron los meses y los sacerdotes que me la veían se quedaban ensimismados. “Es tan bonita”, decían. Pero ninguno era capaz de decirme cuál era su procedencia. Los jesuitas insistían en que venía de las Américas por influencia de san Ignacio; los franciscanos insistían en que procedían de algún convento de san Francisco de Asís. Las hermanas dominicas se reían...: “¡Pero si está claro que esta devoción proviene de santo Domingo!”, decían.
No había manera de que nos pusiéramos de acuerdo… Entonces, el Señor intervino para sacarnos a todos de nuestra ignorancia, y lo hizo, nuevamente, a través de esa mujercilla misteriosa. Sucedió años después, cuando fui otra vez invitada a Sevilla para presentar uno de mis libros, y la vi entre el público. ¡Menuda alegría me llevé! Me acerqué a ella con paso seguro y dije: “¡Gracias!”.
Entonces me contó todo sobre la medalla…: “La encontré tirada en el suelo de la iglesia de mi barrio”, dijo. “Y me pareció tan preciosa que pedí que se acuñaran unas cuantas más. Las regalo a quienes creo que necesitan protección a causa de su labor evangelizadora… Y usted es una de ellas”. Sus palabras me conmovieron y le mostré mi agradecimiento sincero. Antes de separar nuestros caminos, le pregunté por el origen de la medalla. ¡Y obtuve la respuesta correcta! “Se trata de la medalla que representa la visión que tuvo el beato Bernardo de Hoyos. Supongo que sabe usted quién es...”. Qué vergüenza pasé cuando tuve que reconocerle que no… Entonces me relató que ese gran sacerdote español (1711-1735), hoy beato, experimentó una aparición mística de Jesús en Valladolid. El Señor se le apareció con forma imponente, resucitado y señalando hacia su Sagrado Corazón. “Debes extender por toda España el culto y la devoción a mi Sagrado Corazón”, le dijo.
Me faltó tiempo para ir, querido lector… Y en el Santuario de la Gran Promesa de Valladolid vi la inmensa y poderosa estatua que representa aquello que el beato relató: un Cristo con el Corazón roto de amor por los hombres, con espinas, herido a causa de la ingratitud, pero colmado de misericordia y deseoso de ser amado.
“¿Pero no provenía esta devoción de santa Margarita María de Alacoque?”, pregunté asombrada. Mi amiga se encogió de hombros: “Claro que sí. Pero también la tenemos en España. En ese santuario suceden miles de milagros; la presencia de Jesús es real y poderosa como sucede en Paray-le-Monial (Francia), lugar desde donde santa Margarita María difundió esta devoción”.
Lo de siempre, querido lector: los españoles, como borregos, yendo lejos para venerar a santos de Dios, cuando tenemos la misma devoción en Valladolid. ¿A qué espera? Vaya y vea lo que tiene preparado Jesús en ese imponente santuario y deje los viajes lejanos para otro momento. Recibirá bendiciones y gracias a porrillo…
María Vallejo-Nájera
06-12-2014
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