jueves, 27 de noviembre de 2014

Evolución Histórica de la Devoción al Sagrado Corazón de Jesús.-


Manuel Revuelta González, S. J.

INTRODUCCIÓN

La devoción al Corazón de Jesús se ha presentado a veces como una devoción nueva, basada en las revelaciones a Santa Margarita a finales del siglo XVII en Paray‐le‐Moniale ¿Es realmente una devoción nueva? Hay que distinguir lo esencial y lo accidental en esa devoción; los elementos esenciales  que deben mantenerse y las formas accidentales que la representan, que pueden cambiar.  
Para comprender el contenido    esencial de la devoción hay que entender el valor expresivo que tiene el corazón humano, como un símbolo natural y primario que define la totalidad del hombre, la plenitud de la vida interior de una persona. El Corazón de Jesús  representa toda la persona del Señor, que se entrega a los hombres con amor absoluto, y pide una respuesta de todos y cada uno. El corazón es un símbolo, pero no un símbolo cualquiera, un símbolo natural muy adecuado para expresar todo que significa la persona de Cristo y la respuesta que exige.

El culto al Corazón de Jesús no debe considerarse como una devoción nueva, sino como una versión de la devoción constante que todo cristiano debe tener a la persona de Cristo. Los teólogos explican que, incluso lo que puede parecer una novedad,  como es la expresión de la devoción a Cristo en el símbolo de su Corazón, no es un invento místico del siglo XVII, sino una experiencia espiritual, que tiene raíces bíblicas y patrísticas  y se ha vivido sin interrupción a lo largo de la historia de la iglesia.
La devoción se ha practicado con un envoltorio de elementos accidentales revisables.

Toda espiritualidad tiende a manifestarse en determinadas   prácticas devocionales, que, a su vez, se expresan en fórmulas, ideas, palabras e imágenes, ligadas a las mentalidades, costumbres y culturas propias del ambiente en que nacen y se desarrollan. Es aquí, no en el fondo doctrinal, sino en algunas formas de expresión,  donde la devoción al Corazón de Jesús, ha podido crear dificultades y malentendidos. Son formas de piedad  accidentales y revisables, que pueden omitirse sin por ello dejar de tener verdadera devoción al Corazón de Jesús. Con estos presupuestos podemos hacer un breve recorrido histórico, centrado en España, pero sin perder de vista aspectos generales de la devoción en la Iglesia bajo la guía de los Papas. Podemos encontrar cuatro etapas en el desarrollo de esta devoción: 1) Orígenes. 2) Ocultamiento como fuego bajo cenizas. 3) El gran despliegue del siglo del Sagrado Corazón. 4) Renovación actualizada.  
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* Conferencia pronunciada en la Residencia “Sagrado Corazón y San Francisco de Borja” que la Compañía de Jesús
tiene en Madrid, el 9 de marzo de 2010. Publicada por el Secretariado del Apostolado de la Oración de España.
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1. ORÍGENES Y PRIMERA EXPANSIÓN

a) El siglo XVII en Francia: Santa Margarita y San Claudio de la Colombière.

La propagación del culto público al  Corazón de Jesús tiene su origen en las revelaciones místicas que Santa Margarita María Alacoque comenzó a experimentar en Paray‐le‐Monial desde 1673 hasta su muerte en 1690. Entre los primeros difusores del culto se destacan  tres jesuitas franceses: San Claudio de la Colombière (1641‐1690), director espiritual de la Santa, y los Padres Juan Croisset (1659‐1738) y José de Galliffet (1663‐1749), que escribieron los primeros tratados sobre aquella devoción. Desde el principio fue una devoción muy ligada a la Compañía de Jesús, pues los jesuitas reciben –en las revelaciones de Margarita‐  el “munus suavissimum” o encargo honroso de propagar la devoción. Esta ligazón del culto al Sagrado Corazón con la Compañía de Jesús va a influir en su evolución histórica: extensión, marginación y renovación.

El culto al Corazón de Jesús comenzó a divulgarse lentamen te en círculos restringidos a partir de Francia. En las primeras décadas del siglo XVIII ya había empezado a calar en el pueblo cristiano por medio, sobre todo, de la fundación de algunas congregaciones o cofradías del Sagrado Corazón.

En un catálogo de la Sagrada Congregación de Ritos se registran nada menos que 1.089 congregaciones del Corazón de Jesús entre los años 1726 hasta 1765. Estaban implantadas  en todas las naciones de Europa y hasta en China, India, Persia, América y Oriente Medio.

Aparecen instaladas en gran número parroquias    y en iglesias de muchas congregaciones religiosas, no solo de jesuitas. 

Las concesiones litúrgicas fueron más lentas, a pesar de que la aspiración principal de Margarita era la aprobación pontificia del culto público al Corazón de Jesús mediante la concesión de misa y oficio propio. El permiso del culto público fue tardío y limitado. Lo concedió por primera vez el Papa Clemente XIII en 1765 (casi un siglo después de las apariciones a Margarita) limitado a Polonia y a la archicofradía de Roma, a la orden de la Visitación y a la Compañía de Jesús. En lo que no había dificultades era en la concesión de aprobaciones e indulgencias para las congregaciones locales que se formaban.

b) Aparición y primera eclosión del culto en España en primera mitad siglo XVIII.

Propagandistas y congregaciones.
En España el desarrollo de la devoción al Corazón de Jesús se ajusta, en líneas generales, a la trayectoria general que acabamos de esbozar. Comienza con cierto retraso (casi medio siglo después de las apariciones, pero sólo una década desde que aparece la obra del P. Gallifet, publicada en 1726). Los orígenes del culto al Corazón de Jesús en España se sitúan durante el reinado de Felipe V, en la década de 1729 a 1739.  


Los primeros difusores del culto fueron un grupito de fervorosos jesuitas. Formaron un pequeño círculo de amigos, que se comunicaban  sus visiones y experiencias espirituales, y se animaban a  difundirlas con firme discreción. Los  principales eran dos jóvenes estudiantes de teología en el Colegio de San Ambrosio de Valladolid, que recibieron pronto la ordenación sacerdotal: Agustín de Cardaveraz (1703‐1770) y Bernardo de Hoyos (1711‐1735).  Agustín fue el primero en experimentar visiones del Corazón de Jesús en 1729 y el primero que predicó un sermón en su honor (Bilbao 1733). Pero fue Bernardo el que se sintió escogido para promover su culto, y el que escuchó la promesa: “reinaré en España,  y con más veneración que en otras partes”.  

Los dos jóvenes contagiaron la devoción a hombres tan expertos y eminentes como los Padres Pedro Calatayud (1689‐1773),    Juan de Loyola (1686‐1762), Pedro de Peñalosa (1692‐1772) o Francisco Javier Idiáquez (1711‐1790). A ellos se  deben los primeros tratados en español sobre la devoción al Corazón de Jesús. El P. Calatayud, además, fundó muchas congregaciones  del Sagrado Corazón en sus misiones populares, y lo mismo que él hacían otros misioneros . En pocos años, el culto se extendió rápidamente.    El pueblo lo aceptaba y muchos prelados lo favorecían. Aludiendo a las visiones del P. Hoyos en Valladolid, escribía su biógrafo, el P. Juan de Loyola: “de aquí volaron las centellas de este fuego sagrado por toda España, y en menos de tres años que aún no se cuentan desde el día en que se descubrió este tesoro escondido, no hay provincia, reino ni ciudad apenas de nuestra ínclita nación que no haya recibido con piadoso aplauso y sagrado empeño la devoción al Corazón de Jesús”.


En España las primeras congregaciones o cofradías del Corazón de Jesús brotaron como por ensalmo a partir de 1733 y en poco más de tres décadas, hasta la expulsión de la Compañía en 1768, se multiplicaron de forma sorprendente. La iniciativa de utilizar las cofradías para extender aquella devoción, se debe al P. Hoyos, que ya en 1733 animaba al P. Calatayud a establecerlas en las misiones populares, a imitación de las que se habían fundado en otras naciones con aprobación pontificia.  Aquel mismo año el P. Calatayud fundó la primera cofradía del Sagrado Corazón    en    el Colegio de la Compañía de Lorca, a la que siguieron otras que estableció durante la campaña misional que entonces realizaba en el Reino de Murcia. El gran misionero siguió fundando esas cofradías en otros pueblos y regiones donde predicaba. En 1737 escribía que, en los catorce meses que llevaba misionando en Asturias, había fundado allí 102 congregaciones del Corazón de Jesús. El P. Agustín de Cardaveraz, por su parte, sembró de cofradías muchos pueblos del País Vasco y de Navarra en los que misionó durante veinte años (1736‐1755). Entre las primeras congregaciones españolas del Corazón de Jesús se destaca la del Colegio Imperial de Madrid, fundada en de 1736. Se inscribieron en ella el rey Felipe V con toda su familia y muchas personas nobles de la corte, por lo que fue considerada como alma de las que se fundaron en España. Refiriéndose en general a la rápida extensión de la devoción por España  se llegó a afirmar en 1736, que “en muchas ciudades ilustres de estos Reinos se han fundado Congregaciones”, y que “estos ejercicios en honor y culto del Corazón divino se practican con mayor solemnidad  en las muchas congregaciones que hay fundadas con el título:  Congregación del Corazón de Jesús”. Así que no es de extrañar que, en 1765, entre los argumentos que se adujeron para solicitar del Papa una misa propia del Sagrado Corazón a favor de España, se afirmara  que “se han erigido un crecido número de congregaciones en su honor”. Esta solicitud no progresó, debido, entre otras razones, a los cambios políticos y religiosos iniciados durante el reinado de Carlos III.

Estas primeras congregaciones no fueron propagadas  exclusivamente por los jesuitas, y por eso muchas de ellas se fundaron en conventos de otras órdenes religiosas masculinas   y femeninas, y en seminarios, hospitales, iglesias o parroquias del clero secular. Por las actas y reglas que se nos han conservado de algunas de aquellas primeras cofradías sabemos que estaban gobernadas por una junta elegida por los cofrades, que celebraban la fiesta del Corazón de Jesús con solemnes cultos (misa, exposición, comunión reparadora) y que  todos los primeros viernes de mes del año comulgaban y hacían las cinco visitas de desagravio o ejercicios como las “finezas”.  

Las primeras imágenes del Corazón de Jesús aparecen en algunas iglesias, muy pocas todavía, a mediados del XVIII. Se representa el Corazón aislado, conforme a las visiones de Margarita, con la llaga, las llamas y la corona de espinas. En la capilla del noviciado de Villagarcía de Campos (donde el P. Hoyos hizo su noviciado) pueden verse representaciones del Corazón en el relieve de parte superior del sagrario (hacia 1740), en la casulla de la estatua de San Ignacio (1760), en un cuadro con marco rococó y en un casetón de la puerta de entrada. En Valladolid hay un cuadro en el Colegio de Ingleses; y en la parroquia de San Miguel (antiguo colegio de jesuitas) aparecen dos corazones, de Jesús y María, en cada puerta  del altar de la capilla de la Buena Muerte. En la fachada del Seminario de Orihuela puede admirarse el Corazón en un gran relieve esculpido en piedra. Las imágenes de cuerpo entero eran todavía excepcionales. Hay una en Jerez, en la antigua iglesia de la Compañía, obra de Diego Roldán, datada en 1745.

Aquellas primeras victorias, que parecían dejar expedito el camino, no significaron, ni mucho menos, el triunfo definitivo de la devoción.   


2. EL FUEGO BAJO LAS CENIZAS: MEDIO SIGLO DE DESPLAZAMIENTO DE LA
DEVOCIÓN (finales XVIII, principios del XIX)

Cuando todo parecía ir viento en popa vino la tormenta. Las expulsiones de la Compañía en Portugal 1759, Francia 1764, España y Nápoles 1767, y la supresión por el Papa en 1773 supusieron el colapso de la devoción considerada “jesuítica”.  
A finales del siglo XVIII se produjo un estancamiento, e incluso un retroceso de la devoción. Las causas son fáciles de comprender. El avance de la filosofía racionalista, ataques de los jansenistas, la supresión de la Compañía, las reticencias del Vaticano y la descristianización de la   revolución francesa detuvieron durante largos años el avance de la devoción al Corazón de Jesús.  

Las congregaciones del Corazón de Jesús que se habían fundado en las iglesias de la Compañía quedaron disueltas y siguieron una suerte parecida a las Congregaciones marianas. Las demás o se deshicieron o entraron en una gran decadencia, por la oposición sistemática que se les hizo desde las altas esferas del poder, tanto político como eclesiástico. Por eso, cuando los jesuitas retornaron a España en 1815 puede decirse que las manifestaciones externas    de la devoción al Corazón de Jesús habían desaparecido casi del todo. Para restablecer las congregaciones corazonistas fue necesario partir casi de  cero. La devoción se mantuvo como un rescoldo, como un culto clandestino. La conservaron con mucho fervor los jesuitas expulsos. Persistía también en algunos círculos devotos restringidos o en conventos de monjas. No faltaban defensores más decididos, como el Beato Diego de Cádiz,  que intervino en la polémica teológica de “cordícolas “y “anticordícolas”.


3. EL GRAN SIGLO DEL SAGRADO CORAZÓN EN LA IGLESIA Y  EN ESPAÑA

Durante la segunda mitad del  XIX y la primera mitad del XX transcurre una época que puede denominarse el siglo del culto al Corazón de Jesús. Existen abundantes señales de este fervor. Las asociaciones dedicadas al culto del Sagrado Corazón, las congregaciones religiosas masculinas y femeninas fundadas con su nombre, las estatuas y templos  erigidos en su honor son innumerables. Es el momento de las grandes consagraciones, del esplendor litúrgico  y de las solemnes proclamaciones doctrinales.

A medida que avanzaba el siglo XIX la nueva devoción fue adquiriendo un esplendor creciente en toda la Iglesia, hasta convertirse en una devoción universal y masiva. La devoción avanza por dos fuerzas que  ‐como tantas veces en la historia de la Iglesia‐  se apoyan mutuamente: el rebaño y el pastor; el fervor del pueblo cristiano y el impuso de la Santa Sede. 

Los jesuitas fueron grandes animadores, pero no los únicos. Veamos el desarrollo de este esplendor, primero en la Iglesia, después en España.


1º. EN LA IGLESIA. UNA DEVOCIÓN POPULAR APOYADA Y DIFUNDIDA POR LOS SUMOS PONTÍFICES.

a) La restauración del culto y su difusión popular

La restauración del culto se difunde también, como el principio, desde Francia, pues allí nace la gran asociación (Apostolado de la Oración) y el gran órgano mediático (El Mensajero). 

El fundador del Apostolado de la Oración fue un Padre Espiritual de una casa de estudiantes jesuitas. El 3 de diciembre de 1844 el P. Francisco Gautrelet expuso la idea en una plática de comunidad a los jóvenes jesuitas del escolasticado de Vals. Les propuso “el Apostolado de la Oración en unión con el Corazón de Jesús”. Los jóvenes jesuitas acogieron entusiasmados aquella idea. La asociación saltó pronto los muros de la casa y se propagó entre las mujeres devotas. El 14 de agosto de 1849 recibía la aprobación de Pío IX. Se adhirieron al proyecto varias comunidades religiosas, congregaciones marianas y algunos colegios. En 1852 asumió la dirección el P. Enrique Ramière, que juntaba la devoción y el entusiasmo con la capacidad organizativa y el instinto de la propaganda. Tenía una cabeza clara, un corazón ardiente y una pluma brillante. 
  
En 1861 escribió un librito decisivo, El Apostolado de la Oración, un best seller de difusión impresionante. En aquel mismo año de 1861 comenzó a publicar la revista Le Messager du Coeur de Jésus, que se convirtió en un formidable    órgano de difusión y propaganda. La revista comenzó a editarse en varias lenguas, y de este modo, el Apostolado y el Mensajero se extendieron rápidamente por todo el mundo. Una verdadera red internacional de Mensajeros mantuvo el entusiasmo como una llamarada de proporciones universales. Cuando el P. Ramière murió, a principios de 1884, el Mensajero se publicaba en 15 ediciones en varias  lenguas, y había más de 35.000 centros  del Apostolado con más de 13 millones de asociados.  

b) El apoyo de los Papas

Los Papas intervienen en la promoción litúrgica y doctrinal.
El pontificado de Pío IX abrió de par en par las compuertas que dieron paso a la inundación. En 1856 el Papa, secundando los deseos de  muchísimos obispos, extendió la fiesta del Sagrado Corazón a toda la Iglesia. Fue un hecho decisivo. Desde entonces, como afirma un documento litúrgico,    “el culto al Sagrado Corazón, como río desbordado, superó todos los obstáculos y se difundió por todo el mundo”. La beatificación de Margarita (18 de agosto de 1864) significaba la aceptación por parte de la Iglesia del núcleo esencial de sus revelaciones.

Entre los momentos culminantes de aquella marcha triunfal se debe recordar la consagración de la Iglesia al Sagrado Corazón el 16 de junio de 1875. En todas las iglesias se rezó la fórmula de Pío IX con un fervor inusitado.  

Durante el pontificado de León XIII se acentuó el carácter señorial y esplendoroso del culto al Sagrado Corazón. En 1899 el Papa elevó la fiesta del Corazón de Jesús al mayor rango litúrgico (fiesta de primera clase con octava). Al traspasar los umbrales del siglo el Papa dispuso, en la encíclica Annum Sacrum    (25 de mayo de 1899) la consagración de    toda la humanidad al Corazón de Jesús, al que mostraba,  como un segundo lábaro victorioso: “en El hay que poner toda nuestra confianza; a El hay que suplicar y de él hay que esperar nuestra salvación”.  

Pío XI reafirmaba el reinado social de Cristo al instituir la fiesta de Cristo Rey en la encíclica Quas primas    (1925), mientras    en su encíclica Miserentissimus Redemptor    (1928) ensalzaba la devoción al Corazón de Jesús como el compendio de toda la religión y aun la norma de vida más perfecta.  

Pío XII, por último, en su encíclica Haurietis Aquas (1956) trazaba una síntesis doctrinal profunda y definitiva. Con aquel documento puede decirse que se fijaba la doctrina dogmática   sobre el Corazón de Jesús y se aseguraba su culto como un patrimonio irrenunciable de la Iglesia. En este marco general hay que situar  


2º) LA DEVOCIÓN EN ESPAÑA. EL SIGLO DEL SAGRADO CORAZÓN EN ESPAÑA

También en España despliegue de la devoción fue espectacular. Podemos seguirlo pasando revista a los métodos y formas de devoción: 1º) cómo se vivía y propagaba la devoción hasta el Concilio; 2º) algunas dificultades y malentendidos en las formas de expresión de la devoción.

a) Vivencia y propaganda aspectos sociales, prácticas de devoción.

Asociacionismo corazonista
Confluyen dos clases de asociaciones: la tradicional (congregaciones) y la moderna (el Apostolado). Las dos corrientes: las Congregaciones y el Apostolado acaban fundiéndose.   

Las Congregaciones Corazón de Jesús al estilo tradicional habían quedado prácticamente disueltas. En España se restablecen, por la devoción del rey Fernando VII y la familia real (Fernando VII y Don Francisco se apuntan en el centro de las Salesas de Madrid, don Carlos en Orihuela en 1815). Los jesuitas restaurados en España en 1815 las establecen en algunas de sus casas y colegios (Madrid y Valencia, cuando la Compañía queda disuelta en 1835 esas congregaciones reciben el nombre de Pía Unión). Son congregaciones fundamentalmente de devoción, alimentada en devocionarios. Un ejemplo de esos devocionarios es la “Mina inagotable de tesoros celestiales abiertos en el Corazón de Jesús”, publicada por el P. Francisco Butinyà en 1870. Otro ejemplar, muy completo es “El fiel amante del Divino Corazón. Ramillete de piadosas y escogidas devociones” (obra del P. Francisco Sansa, Sevilla 1876), que contiene prácticas, oraciones, coronitas, rezo del oficio litúrgico, letanías, práctica de los nueve oficios, guardia de honor, decenario de las cuatro insignias, trisagio, meditaciones para todos los primeros viernes o domingos de mes, y un largo retiro mensual con   lecturas y doce meditaciones. Una verdadera suma, en fin, capaz de contentar    al devoto más exigente. La espiritualidad de las viejas congregaciones fomentaba sobre todo la devoción individual. Es más   rezadora, más íntima, sin las ínfulas propagandísticas que se imponen desde finales del
siglo.  

La introducción de esta asociación en España puede datarse desde 1865, bajo la dirección del canónigo de Barcelona don José Morgades, obispo de Vich en 1883. La irrupción se hace patente desde que en 1883 se encargan los jesuitas de su dirección y del Mensajero.   

En su primera etapa (bajo la dirección de Morgades) el Apostolado tuvo una acogida muy buena y una extensión muy rápida en España. A sólo dos años desde su instalación, el periódico Revista Católica constataba el éxito: “la chispa eléctrica no surca el espacio con tanta rapidez como el Apostolado ha recorrido todos los ángulos  de la Iglesia española”.  En los siete primeros años, desde 1865 hasta 1872, el Apostolado se hallaba establecido en 1.278 centros repartidos en 60 diócesis españolas, y el Mensajero  tenía 800 suscripciones.  

El traspaso del Apostolado y del Mensajero a los jesuitas en junio de 1883 marca una nueva época tanto para la obra como para la revista. El Provincial de Castilla, P. Muruzábal, aceptó la oferta. El centro elegido para la dirección del Apostolado y del Mensajero fue Bilbao.

Los jesuitas, que se juntaron como una piña en la propagación de una obra que miraban como propia, pero de ninguna manera exclusiva, pues se había convertido ya en una institución de toda la Iglesia.  
¿A qué se debía el éxito del Apostolado de la Oración? En primer lugar, a que era una asociación aglutinante, pues integró otras asociaciones afines: la Comunión Reparadora, el Rosario viviente, la Guardia de Honor, la Archicofradía del Corazón Agonizante de Jesús, la liga de santidad sacerdotal, la Archicofradía del Corazón Eucarístico de Jesús, etc. Todo lo engullía. 

Tenía una organización sencilla y eficaz. Era una asociación abierta a todas las gentes, con tres grados de adhesión muy sencillos: el ofrecimiento diario para todos, el rosario (un misterio cada día) para los que deseaban algo más, y la comunión reparadora (semanal o mensual) para los más fervorosos. Los socios se dividían en coros, supervisados por celadores o celadoras, que repartían las hojitas de las intenciones mensuales. Todos cabían en el Apostolado. Se procuró extender la obra por todas las diócesis, parroquias e instituciones, se buscó la colaboración de los obispos, sacerdotes y religiosos, y se logró que el Apostolado de la Oración fuera aceptado en todas partes como una obra de toda la Iglesia. Fue una obra diocesana, con directores diocesanos desde 1897.  

A pesar de su carácter popular, ofrecía diferenciaciones sectoriales, empezando por las edades. Para los niños se creó la Cruzada Eucarística, con su revista “Hosanna”. En 1932 había en toda la Iglesia dos millones y medio de niños asociados. Actualmente se mantiene con el nombre de Movimiento Eucarístico juvenil. Había también una sección para selectos, como la Guardia de Honor, que, además de sus actos especiales de culto, solían emprender importantes obras benéficas y educativas. Se destacó la de Madrid, dirigida primero por el P. Isidro Hidalgo, y desde 1911 por San José María Rubio.  

Las actividades sociales del Apostolado fue otra de las razones de sus éxitos. Muchos centros sostenían importantes obras educativas y sociales, escuelas, obras benéficas y cajas de ahorros. Del Apostolado de la Oración de Gandía, dirigido por el P. Carlos Ferrís, surgió la Caja de Ahorros que remedió la penuria de muchos campesinos y contribuyó con otras instituciones afines a la fundación del sanatorio de Fontilles.  

Las estadísticas confirmaban el éxito de la asociación. Se calculaba que en 1887 había un total de 3.887 centros del Apostolado en España y posesiones de Ultramar, aunque no todos estaban perfectamente organizados. El conjunto se extendía por más de 3.000 pueblos y sumaba un millón de socios.  

La propaganda mediática
La bibliografía corazonista es abundantísima (los padres Fita y Sáenz de Tejada publicaron importantes trabajos sobre el tema). Prevalecen, con mucho, los pequeños libros o manuales ascéticos,    destinados a fomentar la devoción. Habrá que esperar al siglo XX para encontrar los estudios teológicos y bíblicos mejor fundados. Entre tanto, rebosa la multitud de manuales, devocionarios, estampas, calendarios y hojitas del Apostolado. La publicación que mejor fomentó la devoción fue, sin disputa, la revista El Mensajero del Corazón de Jesús, que le daba actualidad, continuidad, universalidad y fervor. El Mensajero  en su segunda época (desde junio de 1883) añade un nuevo subtítulo: “revista mensual dirigida por los Padres de la Compañía de Jesús”. Los primeros directores fueron los Padres Gómez Rodeles, Luis Martín (que fue General de la Compañía) y Julio Alarcón. Este último autor escribió vibrantes artículos de talante integrista, que le crearon dificultades. Se destacan dos grandes escritores. El P. Luis Coloma encandilaba a los lectores con los cuentos y novelas que publicaba por entregas, especialmente Pequeñeces, en 1891. En las tres primeras décadas del siglo XX, se destacó un genio de la pluma, el P. Remigio Vilariño. A finales del siglo XX la revista Reino de Cristo fue el órgano oficial, hasta que en el año 2000 volvió a serlo el actual Mensajero.

Aspectos sociales de la devoción
El siglo XIX es una época individualista y social: liberalismo y socialismo. Como contraste al individualismo, se provocan las reacciones colectivas y sociales, que atizan el protagonismo de las masas. Una devoción totalizante como la del Corazón de Jesús tenía que armonizar lo individual y lo colectivo, lo personal y lo social. Además de fomentar el amor, la reparación y el consuelo, la devoción tenía que abrirse a los impulsos socializantes de la época. Por eso se enriqueció, sobre todo a partir de  la publicación de la Rerum novarum, con la idea del reinado de Cristo sobre la sociedad entera.  

La proyección social de la devoción se extiende en dos dimensiones. 1º: La caridad, ejercitada, como se ha dicho, en muchos centros del Apostolado en instituciones educativas y benéficas. 2º: La implantación del “reinado social” de Cristo, que pretendía lograr una especie de reconquista cristiana de la sociedad, con aires de cruzada. El lema de San Pío X (“instaurare omnia in Christo”) y la fiesta de Cristo Rey establecida por Pío XI (1924) dieron un nuevo impulso a esta corriente. Los promotores del dominio del Corazón de Jesús aspiraban a instaurar la sociedad cristiana en todos los ámbitos de la vida pública. Los primeros años del siglo XX fueron tiempos de movilizaciones populares que impulsaban ideologías políticas, sociales y religiosas. Los católicos en general y los defensores del reinado social de Cristo en particular organizaban a menudo manifestaciones y movilizaciones para afirmar visiblemente la fe católica en    un mundo que se escapaba al control de la Iglesia. Entre aquellas manifestaciones se destacaban las procesiones y las entronizaciones en honor del Sagrado Corazón. Se organizaban procesiones imponentes, multitudinarias, con toda la parafernalia de cánticos, arengas y estandartes, con honores militares incluso. Existen numerosas crónicas de aquellas manifestaciones entusiastas, que todavía recuerdan las personas mayores. Las entronizaciones públicas de imágenes del Corazón de Jesús respondían también a los ideales del reinado social. Una de las promesas se refiere a la “imagen expuesta y honrada”. 

La imagen de Jesús se recibía con amor en las familias (las placas en las puertas, las imágenes en la sala  de la casa). En muchas ciudades y pueblos se levantaban estatuas públicas al Sagrado Corazón, en forma de Cristo Rey. España no era excepción en la erección de estas grandes imágenes, que se extendían por todo el mundo en montes, calles, ciudades y bahías. La estatua más famosa es la del Corcovado (erigida en 1930 en Río de Janeiro, elegida hace poco como una de las maravillas del mundo). España se llena de imágenes del Corazón de Jesús especialmente en los años veinte y (tras el paréntesis de la república) en los años cuarenta. Una de las primeras entronizaciones, y la más apasionada y discutida, fue la del Cerro de los Ángeles, en el centro geográfico de España, con la consagración de toda la nación por el rey Alfonso XIII el 30 de mayo de 1919. El acontecimiento se repitió en muchas ciudades, pueblos e instituciones. Cuando se preparaba la estatua de Bilbao, que acabará enseñoreando su Gran Vía, el P. Vilariño escribió un precioso artículo: “¿Quién nos hará una buena estatua del Corazón de Jesús?”. Tenía que ser un Jesús mostrándonos su corazón, un Jesucristo completo, absoluto, amante, doliente, Dios y hombre, varón (hay retratos en que, si le quitan las barbas, aparece con rostro de mujer), enérgico, delicado y hermoso, artístico y popular, figura atractiva a todos. Nada fácil, desde luego, dada la vulgaridad de la imaginería reinante. Aunque hay que reconocer que algunos artistas    lograron    crear modelos llenos de dignidad y belleza (las imágenes diseñadas por el P. Salmón, las creaciones de Collaut‐Valera, Macho y Granda).

Muchas imágenes del Corazón de Jesús se han convertido en iconos significativos de no pocas ciudades, como sucede en la Gran Vía de Bilbao, en la torre de la catedral de Valladolid, en la cumbre del Tibidabo de Barcelona y del Otero de Palencia. Cuando Victorio Macho volvió del exilio en 1962 visitó la imagen que había levantado en Palencia en 1931. Una mujer sencilla le preguntó: “Señor, ¿es usted el que ha hecho el Cristo del Otero?”. El artista respondió: “No, buena mujer. Es el Cristo el que me ha hecho a mi…”. Son historias de fe, unidas a las imágenes de tantos pueblos, colegios, instituciones, incluso ayuntamientos y diputaciones.  

Las prácticas devotas  
Las devociones se expresan en prácticas, cuyo valor religioso conviene distinguir. Hay devociones o prácticas imprescindibles por su sentido cristológico, como la eucaristía y la consagración. Hay otras prácticas que pueden considerarse accesorias y ocasionales. La devoción eucarística se expresaba con la comunión frecuente (primeros viernes y primeros domingos) y en la oración de la “hora santa” que San José María Rubio dirigía con fervor extraordinario.

Se añadían las devociones específicamente corazonistas de formas muy variadas: repertorio de oraciones, cánticos, prácticas, dedicación de tiempos, signos de identidad e imaginería devota.  Entre las preces destacan las letanías, las novenas y las jaculatorias. Entre las prácticas devotas se ejercitaban los “oficios del Sagrado Corazón”. Eran nueve, y consistían en otras tantas actitudes que el devoto procuraba practicar a lo largo del día o de un tiempo determinado: promotor, reparador, adorador, amante, discípulo, víctima, esclavo, suplicante y celador.      

La celebración de los tiempos y fiestas constituían otro aliciente para los devotos. Eran todos los viernes (especialmente los primeros de cada mes), el mes de junio con olor de azucenas y color de escapularios, y la gran fiesta del viernes siguiente a la octava del Corpus, que solía ir precedida de la correspondiente novena. Se añadían los signos de identidad. Algunos objetos servían para acentuar la fe personal de los devotos, como los escapularios, medallas, insignias y detentes. Otros eran enseñas que designaban a grupos determinados, como las  banderas y estandartes, que se adornaban con imágenes, siglas y consignas. La imaginería del Corazón de Jesús en grabados, pinturas y esculturas invadía todas las iglesias y encontraba un puesto de honor en las puertas y estancias de muchos hogares. La fijación de  placas del Sagrado Corazón en algunos edificios públicos, como los ayuntamientos, desencadenó, en algunos momentos, el ataque de  los sectores anticlericales.   

b) Recelos y rechazos  

No es extraño que el desarrollo triunfal de la devoción despertara y recelos y oposiciones en varios aspectos:   

Recelos teológicos
La simplicidad doctrinal con que la devoción se ofrecía a las masas cristianas planteaba algunas dificultades teológicas que, cuando obtenían una respuesta adecuada, se convertían en saludables avisos para posibles desviaciones. Hoy día la teología del Corazón de Jesús está perfectamente encauzada. En general, puede decirse que, más que a la devoción en sí, las críticas atacaron las formas y criterios con que se ofrecía, y el celo indiscreto de algunos propagandistas. Los malentendidos y críticas se han cebado sobre todo en los excesos con los que la devoción fue practicada en su época. Entre aquellos excesos se pueden señalar el sentimentalismo individualista, la vulgaridad de algunas expresiones literarias y plásticas, y el peligro de politización.

Los excesos sentimentales han oscurecido a menudo el núcleo de la devoción al Corazón de Jesús. Aquel intimismo subjetivo, propio de la religiosidad romántica, dejó a veces su impronta en  la devoción al Corazón de Jesús.

Las deficiencias estéticas de oraciones, símbolos e imágenes son secuelas también del gusto de la época. Algunas plegarias están sobrecargadas de expresiones sentimentales. Abundaban los superlativos, los afectos tiernos, las expresiones dolientes dirigidas al Corazón   deífico, amabilísimo o suavísimo. Tampoco los cánticos destacaron  por su elevación estética.

Himnos como “Firme la voz”, “Corazón Santo tu reinarás”, “Nuestro Apostolado avanza”,   llegaron a ser muy populares, pero no dejaban de ser vulgares. Las imágenes dulzonas de cartón piedra fabricadas en serie invadieron las iglesias como  una verdadera plaga.   

La propensión en algunos ambientes a la politización, de signo nacionalista o integrista, provocó también el rechazo consiguiente. Las manifestaciones ostentosas corrían el peligro de politizarse en beneficio de los sectores políticamente más conservadores. Entran en el juego de clericalismo‐anticlericalismo, con las interpretaciones distorsionadas de unos y otros.  

El integrismo y el nacionalismo empañaron también la pureza de la devoción. Los integristas más conspicuos manipularon a veces la devoción al Corazón de Jesús en beneficio de sus ideas políticas a finales del siglo XIX. En 1888 Ramón Nocedal puso su partido integrista bajo la jefatura del Sagrado Corazón. El P. Julio Alarcón utilizó algunas veces con poca discreción    las páginas del Mensajero, desde las que lanzaba ataques cerrados contra los católicos liberales. La consecuencia fue que los liberales más radicales y los republicanos interpretaron aquella devoción como un signo de reacción clerical, que merecía ser combatida por razones políticas. Sucedieron cosas muy tristes. Los desacatos a las placas del Sagrado Corazón expuestas en algunos edificios a principios de siglo XX fueron, en buena parte, la réplica anticlerical contra el matiz integrista que le habían impuesto algunos devotos indiscretos. 

Ya en el siglo XX la devoción al Corazón de Jesús se mezcló a veces con un acusado sentimiento de exaltación nacional católica. La frase “reinaré en España” recibió interpretaciones   dispares; en los tiempos de la República y de la guerra llegó a polarizar las mentalidades hostiles de las derechas y las izquierdas. La historia del monumento al Corazón de Jesús del Cerro de los Ángeles así lo demuestra. Destruida por unos y reparada por otros la imagen    entrañable de Jesús, que debía haber servido de lazo de unión para todos los españoles, se convirtió en bandera de contradicción. La profanación que sufrió en la España republicana  reflejaba el frenesí de una absurda y cruel persecución religiosa. La reconstrucción de la imagen en 1965 expresaba un sincero espíritu de fe en los creyentes. La postguerra fue un momento de reparaciones, de nuevas entronizaciones y de reafirmación de lugares de culto como el Santuario Nacional de la Gran Promesa de Valladolid, inaugurado en 1941. Señales todas del espíritu religioso del pueblo, aunque a menudo aparecía demasiado identificado con el ideario político del régimen victorioso. El artículo del profesor Luis García Iglesias, “Cristo Rey: El Sagrado Corazón de Jesús y la España Nacional” arroja luz sobre este asunto.  

4. RENOVACIÓN ACTUALIZADA DESDE EL CONCILIO

En los últimos años parece haber descendido la devoción en las formas tradicionales; pero sus valores esenciales, acomodados a la sensibilidad del hombre actual, siguen siendo objeto de la fe y de la piedad    del pueblo cristiano. Podría hablarse de un período de renovación, crisis y nuevo arranque.  

Entre los principales promotores están los últimos pontífices y los últimos Padres Generales de la Compañía de Jesús. En 1968 los nuevos estatutos del Apostolado de la Oración, aprobados por Pablo VI, ajustaban el culto y devoción al Sagrado Corazón con la doctrina y el espíritu del concilio: un programa de espiritualidad apostólica con el centro en la Eucaristía, con cinco elementos constitutivos: eucaristía, consagración diaria, espiritualidad corazonista, devoción a la Virgen y oración asidua.

Juan Pablo II tiene preciosos y abundantes textos dedicados al Corazón de Jesús. El papa canonizó a San Claudio en 1992, e invitó expresamente a los jesuitas en Paray‐le‐Monial a mantener y propagar la devoción. En 1994 escribió una preciosa carta con motivo de 150 aniversario del Apostolado.

Benedicto XVI ha infundido profundidad teológica y aliento pastoral al culto y devoción al Corazón de Cristo. Ya antes de su elección había perfilado la teología del SC en varios escritos. Como pontífice incluye la devoción al Corazón de Jesús entre los elementos esenciales de su encíclica Deus caritas est (publicada el 25 de enero de 2006), en la que presenta el costado abierto de Cristo como la fuente de la que brota el amor de Dios al hombre, de manera visible y corpórea. El papa ha expresado el misterio del amor de Dios    a través del Corazón traspasado, en la carta conmemorativa de los 50 años de la Haurietis aquas (15‐5‐2006) y en el mensaje de cuaresma de 2007 Mirarán al que traspasaron. Pocas veces como en este breve documento se ha expresado en una forma tan ceñida el núcleo teológico de la devoción al Sagrado Corazón. Maestros en la explicación de esta devoción actualizada para los tiempos modernos no han faltado, empezando por los Papas, y siguiendo por los grandes teólogos como Karl Rahner y los Padres Generales de la Compañía, Arrupe y Kolvenbach.  

El Apostolado de la Oración sigue siendo hoy una asociación importante en la Iglesia. En 1999 contaba, aproximadamente 40 millones de miembros (se calculaban 30 millones en 1936).

Extendida por casi todas las naciones, tiene 50 ediciones del Mensajero y 40 revistas que promueven el programa espiritual.  

En España, me remito a la información que ofrece la página web. El APOR tiene delegados diocesanos en todas las diócesis y mantiene variedad de actividades de promoción y difusión del culto. Su actual director es el P. Javier García Ruiz de Medina.

La beatificación del P. Hoyos nos debe animar a profundizar en el conocimiento y amor a Jesucristo, a través de su corazón abierto, su costado traspasado, como dice el Papa. Es una causa, la del P. Hoyos, que ha tenido una historia fluctuante. Se promovió con gran entusiasmo a finales del siglo XIX, bajo el impulso de un gran historiador, el P. José Eugenio de Uriarte, y del arzobispo de Valladolid, cardenal Cascajares. A las grandes ilusiones siguieron grandes decepciones al no encontrar los restos. Parecía una causa perdida; pero se reactivó a mediados del XX, bajo la guía de otro gran historiador y fino humanista, el P. Eusebio Rey, que redactó una Positio espléndida, que analizaba los contextos históricos. El actual postulador, P. Ernesto Postigo ha logrado conducir a buen puerto la beatificación del primer apóstol del Corazón de Jesús en España. La beatificación reactivada del P. Hoyos puede interpretarse como un signo de la renovación del culto al Sagrado Corazón, y como una prueba de que esa devoción sigue siendo un camino adecuado para señalarse más en el conocimiento y amor a Jesucristo. 


BIBLIOGRAFÍA
• JOSÉ  EUGENIO DE URIARTE, Principios del Reinado del Corazón de Jesús en España, 1ª edición Madrid 1880,
2ª ed. Corregida y aumentada, Bilbao 1912. Id., Vida del P. Bernardo de Hoyos, de la Compañía de Jesús, 2ª
ed. Bilbao 1913.
• MÁXIMO PÉREZ, El poder de los débiles: Bernardo Francisco de Hoyos, Madrid 1991.
• JOSÉ MARÍA SÁENZ DE TEJADA, Bibliografía de la devoción al Corazón de Jesús (Ensayo), Bilbao 1952.
• MANUEL REVUELTA GONZÁLEZ, La Compañía de Jesús en la España contemporánea. Tomo III. Palabras y
fermentos. Madrid 2008. Capítulo 4º: “Las congregaciones del Corazón de Jesús y el Apostolado de la
Oración”, pp. 365‐444.
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• El Cerro de los Ángeles. El libro de oro de la piedad española, Madrid 1920.
• LUIS GARCÍA IGLESIAS, “Cristo Rey: El Sagrado Corazón de Jesús en la España Nacional”, en XX Siglos IV,
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• El Santuario Nacional de la Gran Promesa, Valladolid‐Madrid 1963.
• JOSEF STIERLI, Cor Salvatoris. Publicado en colaboración con Richard Gutzwiller, Hugo Rahner y Karl
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• HILARIO MARÍN, El Sagrado Corazón de Jesús: Documentos pontificios, Barcelona‐Zaragoza (1961).
• C. J. MOELL, Holy Father. Sacred Heard. The Wisdom of John Paul II on the Greatest Catholic Devotion,
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• J. RATZINGER‐BENEDICTO XVI, Miremos al traspasado, Fundación San Juan, Rafaela (Argentina), 2007.

Fuente Web: http://www.padrehoyos.org/_archivoRecursos/ConferenciaManuelRevuelta.pdf

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