lunes, 24 de noviembre de 2014

El Milagro de Mercedes Cabezas



Curación instantánea de Mercedes Cabezas
 
En 2003 se presentó a la Congregación para la Causa de los Santos la curación de Mercedes Cabezas, esperando que sea reconocida como milagrosa, como un favor extraordinario atribuido a la intercesión del P. Bernardo de Hoyos.
Mercedes Cabezas Terrero, de 23 años, hija de labradores de San Cristóbal de la Cuesta (Salamanca), tenía una tumoración de grandes proporciones, y quedó curada instantáneamente el 23 de Abril de 1936, después de rezar una novena y de pedir con frecuencia la intercesión del P. Bernardo de Hoyos para su curación.
Se transcriben a continuación extractos de las declaraciones de la joven Mercedes Cabezas, de su médico el Dr. Felipe Cacho, y del entonces párroco del pueblo Don Adolfo Bueno.
 
La joven Mercedes Cabezas (Extractos de su declaración firmada)
 
A poco de cumplir quince años comencé a padecer una enfermedad que los médicos calificaron de tisis manifiesta. A los dieciocho, el mal seguía progresando, sobre todo por la tumoración maligna que tenía en el intestino. Fui operada y quedé muy mal, con dolores intensos de vientre, estreñimiento, vómitos y ordinariamente con fiebre y absoluta inapetencia.
Cinco años más tarde la enfermedad fue agravándose. Me reconocieron el Dr. Cacho, médico de cabecera, y el Dr. Población. Ambos detectaron la tumoración de grandes proporciones que tenía al lado derecho del vientre y diagnosticaron que era de carácter tuberculoso y canceroso. Dijeron que era incurable y por tanto no me recetaron ningún medicamento para evitar gastos inútiles a mis padres.
A mediados de septiembre de 1935 me administraron el Viático, pues me consideraban del todo desahuciada. El Dr. Cacho me repitió varias veces que jamás podría mejorar. El tumor seguía creciendo en grandes proporciones y oprimía todo el organismo. La orina era asquerosísima, y yo era un verdadero desastre.
El 30 de marzo de 1936 me dieron por segunda vez el Viático. Me visitó el jesuita P. Antonio Flores quien me recomendó acudir a la intercesión del P. Hoyos, al que yo tenía ya gran devoción. Yo tenía que empezar a pedir al Señor que avivara mi fe, pues tenía cierta incredulidad y así decía: "Señor, dame fe". Y el Señor me lo concedió. Ese mismo día comenzamos una novena, pero en vez de mejorar, sucedía todo lo contrario.
El día 20 de abril llamé a mi madre, pues sólo ella me entendía (porque me faltaba la voz) para decirle que empezara otra novena; que quizá el Señor quería agotar todo lo humano para manifestar con más claridad su obra.
En la noche del 21 al 22 sentía por momentos la muerte. Llaman al médico a eso de las cinco de la mañana y éste mete prisa al párroco para que administrase la Santa Unción, la bendición apostólica y la recomendación del alma. Ni siquiera podía besar el crucifijo que el párroco aplicaba a mis labios. Las lágrimas corrían ya por mis ojos y sentía el estertor de la muerte.
Me faltaba la respiración y la vida se me marchaba por momentos. Y en el momento en que yo creía que expiraba siento una conmoción y sensación tal en todo mi ser como si me hubiera transformado en otra, como si hubiera resucitado de muerte a vida, con un bienestar en todo mi cuerpo y un gozo espiritual tan grande en toda mi alma que no puedo describir.
Al poco tiempo me incorporo en la cama ante la presencia del párroco, mis padres, abuelo y hermanos y muchas personas del pueblo y digo: "estoy curada por intercesión del P. Hoyos: demos gracias a Dios por tan grande amor. Que me vea el médico".
El médico no sale de su asombro cuando, al reconocerme, ve que ha desaparecido instantáneamente el tumor y que no dejó rastros ni cicatriz, y que repentinamente había quedado sana como si nunca hubiera padecido mal alguno.
 
Nota:
 Mercedes Cabezas Terrero (1911-1993) nació en San Cristóbal de la Cuesta (Salamanca). Siendo joven padeció un tumor de grandes proporciones del que no pudo ser operada, pero el 22 de abril de 1936 que quedó curada instantáneamente, curación atribuida a la intercesión del P. Bernardo de Hoyos. Más adelante Mercedes Cabezas fundó la Congregación de Operarias Misioneras del Sagrado Corazón (Santander, 1949) que tiene implantación en Salamanca, Santander, Zamora, Ponferrada y República Dominicana. En la localidad de Azua, al sur de la República Dominicana, está el Noviciado de la Congregación. La Casa Madre está en la avenida del Cardenal Herrera Oria, 98, en Santander (España).
El carisma de las Operarias Misioneras es el de ofrecer un hogar y una escuela a la infancia marginada que carece de los más insignificantes recursos. En sus centros se ampara a niños pobres, solos o desvalidos.Su misión también es la de estar presentes en zonas donde hay carencia de sacerdotes, y se pone singular cuidado en ayudar al bien morir de personas moribundas, tal como le gustaba a su fundadora, la Madre Mercedes Cabezas.
Mercedes Cabezas murió en Santander en 1993, y los médicos tuvieron que certificar que su muerte fue debida a causas distintas de aquel tumor que padeció en su juventud. Sus restos mortales descansan en la capilla de la Casa Madre de las Operarias Misioneras en Santander. En 2004 el obispo de Santander clausuró el proceso diocesano de la Causa de Beatificación de la Madre Mercedes Cabezas Terrero, durante el cual se ha estado recogiendo documentación y testimonios de personas que la conocieron en vida.
Una vez clausurada la causa de beatificación en su fase diocesana, toda la documentación recopilada (declaraciones de testigos, informes de peritos, etc) se remite a la Sagrada Congregación para la Causa de los Santos de la Santa Sede. En Roma se estudia esta documentación y si es procedente se le reconocen virtudes heroicas, con lo que sería declarada venerable. Después, si se produjera un milagro y se probara, se iniciaría otro proceso que culminaría con su beatificación, una vez aprobada por el Papa. Con un segundo milagro, se la canonizaría como Santa de la Iglesia.
 
El médico el Dr. Felipe Cacho (Extractos de su declaración)
 
He tratado a la joven Mercedes Cabezas como médico de cabecera. A la edad de quince años, en 1927 empezó a padecer una enfermedad grave con manifestaciones dolorosas muy intensas especialmente en las regiones cercanas al apéndice y ovario, que se agudizaban dos o tres días antes de la regla y durante ésta, acompañadas de leucorrea abundante de una regla a otra, de vómitos, estreñimiento y fuertes cefalalgias.
A los dieciocho años se le extirpó el apéndice y el ovario izquierdo, pero no se le pudieron extirpar las tumoraciones de carácter tuberculoso existentes en el intestino y peritoneo. Continuó el mal estado general, los dolores de vientre, dificultades para la digestión, vómitos, estreñimiento, etc.
En agosto de 1935 la enfermedad comenzó a presentar caracteres mas graves. Se hizo claramente apreciable una tumoración en la región perirrenal que fue aumentando de volumen y ocupando parte de la región abdominal. Los dolores eran constantes y agudísimos en el intestino; las irrigaciones, absolutamente necesarias para la expulsión de las deyecciones. La orina abundaba extraordinariamente en uratos y era segregada en muy escasa cantidad.
El día 13 de septiembre, visto el estado de gravedad, avisé que se le diera el viático. Desde octubre se prescindió de toda medicación por creerla del todo ineficaz y para evitar gastos y molestias inútiles a la enferma. El tumor seguía creciendo de manera que la enferma, que antes no excedía de 38 kilos, estando extenuada y falta de alimento, llegó a pesar 43 kilos.
El 22 de abril todo hacía presumir que se acercaba el fin de la vida para Mercedes que en mi presencia y de otras personas presentaba ya los síntomas del estado agónico. Entonces la enferma se incorporó en el lecho y comenzó a hablar como en un arrebato místico, llena de energía y como si estuviera en perfecto estado de salud.
A petición de la enferma y del párroco la reconocí detenidamente y pude apreciar con gran sorpresa y admiración que el tumor había desaparecido sin dejar huella ni cicatriz alguna, que el pulso era normal, y normal asimismo la temperatura. Le oí decir a la enferma que sentía una sensación de bienestar como nunca había tenido. Desde ese día y hora las deyecciones sólidas y líquidas fueron normales en todo.
Todo esto ha ocurrido sin que en los seis meses antes de su curación se le hubieran aplicado más remedios ni medicinas que una inyección de aceite alcanforado en la víspera de su curación, y unas gotas de digalena tomadas en la misma ocasión para sostener el corazón y, con alguna anterioridad, algo de quinina para lograr el descenso de la temperatura. Nada se hizo para combatir el mal y hacer desaparecer el tumor por creer esto imposible de lograr.
 
El párroco Don Adolfo Bueno (Extractos de su declaración)
 
Varias veces hablé con el médico de cabecera sobre la enfermedad de Mercedes y siempre me contestaba: "Don Adolfo, esto no tiene remedio: la gravedad va aumentando hasta que, consumidas totalmente sus energías, sobrevenga el desenlace que no tardará mucho tiempo".
A las ocho de la mañana del 22 de abril me llamaron a toda prisa porque Mercedes se moría. Allí se encontraba ya el médico que me dijo: "Mercedes se muere; está ya en la última agonía. Mejor será que le ponga una inyección no sea que no le dé a usted tiempo para administrarle la Santa Unción"
Su rostro se hallaba ya pálido y cadavérico, sus manos, frías y entorpecidas; sus ojos vidriados y lacrimosos; su mirada lánguida y apagada; apenas se le apreciaba el pulso y ni besaba el crucifijo que le acercaba. En suma, Mercedes era ya casi un cadáver.
Como yo había hecho por ella cuanto podía, me retiré a la parroquia para celebrar la Santa Misa y orar por intercesión del P. Hoyos al cual, tanto ella como sus familiares, se habían encomendado con frecuencia durante la enfermedad.
Durante la Misa sentí una extraña alegría interior difícil de explicar. Y es que en aquellos momentos precisamente se estaba realizando en Mercedes, por intercesión del P. Hoyos, el gran milagro de su total curación .......
....... Con objeto de dar gracias a Dios, me suplicó Mercedes que le trajera la comunión. Las Hijas de María de San Cristóbal de la Cuesta de las que era Mercedes su presidente, todas a porfía prepararon la casa de Mercedes como si fuera un templo. Las niñas recogieron flores del campo y de los jardines y adornaron con ellas la cama, la casa y el trayecto por donde el Señor había de ser llevado desde la iglesia hasta el lecho de Mercedes. Ni Mercedes, ni su familia, ni cuantos estábamos a su alrededor, ni yo mismo nos acordamos de comer este día: todos estábamos en ayunas y eran las dos de la tarde. (Texto tomado del Boletín Informativo de la Causa del P. Hoyos).

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Fuente web: http://www.serviciocatolico.com/Biblio/espiritualidad/bernardo-francisco-de-hoyos/causa.htm

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