martes, 25 de noviembre de 2014

II.- SOBERANA EXCELENCIA DEL CORAZON SAGRADO DE JESUS, OBJETO DULCISIMO DE ESTE CULTO


Declarado brevemente el origen, progreso y esencia de este culto, conviene demostrar ahora su excelencia;44 la cual se conocerá, lo primero, por su objeto: lo segundo, por el fin a que se ordena: lo tercero, por los ejercicios que en él se practican: lo cuarto, por las utilidades que de él se siguen. Por todas estas consideraciones o respectos se mide la mayor o menor excelencia de cualquiera sagrado culto: por ellas descubriremos la de éste del Corazón deífico de Jesús; no dudando afirmar que, entre todos los cultos que solemniza la Santa Iglesia, no se hallará alguno más excelente, más sublime, más santo ni más útil. Empecemos por el primer respecto del objeto que se propone.
 El objeto, pues, que se propone en este culto a la veneración de los fieles, es el divinísimo, santísimo y amabilísimo Corazón de Jesús, no considerado como una cosa inánime, destituida de vida y de sentido y separada de todo aquello con que tiene indisoluble unión; sino antes bien, como un Corazón que vive,45que siente, que ama, adornado de todas aquellas perfecciones con que se halla en la sacratísima Humanidad de Cristo, junto con las demás partes de su Cuerpo sacrosanto (aunque como la más noble y principal entre todas) ; vestido de todas las virtudes, dones y gracias celestiales, que le hermosean; informado de su alma santísima y unido con la persona del Verbo, con quienes compone un solo adecuado objeto de este culto: al modo que en la fiesta del Corpus el objeto, a quien propia y directamente se enderezan todos los sagrados solemnes cultos de este día, es la misma Carne y Sangre del santísimo Cuerpo del Señor (lo que acaso muchos no habrán advertido); sin que por ello dejen de mirar al mismo tiempo, aunque indirectamente, y, como hablan los teólogos, por concomitancia solamente, al alma, a la Divinidad y Persona de Cristo, con quienes hace un solo objeto de esta solemne fiesta.
Este es el sagrado objeto del suavísimo culto del Corazón; es a saber, el mismo deífico Corazón de Jesús, tomado en el sentido que acabamos de explicar, cuya admirable excelencia se conocerá considerándole, o en sí mismo, o en cuanto dice relación a los hombres. Considerado en sí mismo, participa por una parte todas las excelencias que la Sagrada Escritura, la Santa Iglesia y los Santos Padres dan a la Carne purísima y santísima de Cristo, quien las cifró en aquellas palabras: Qui manducat meam carnem, et bibit meum sanguinem, habet vitam aeternam46(El que come mi carne, y bebe mi sangre, tiene la vida eterna). Por otra parte, tiene este Sagrado Corazón, así en el ser físico como en el moral, muchas particularidades,47 que no conviniendo a otras partes del Cuerpo sacrosanto de Jesús, elevan su excelencia sobre todas ellas y le hacen no solamente dignísimo de aquella veneración y culto que se debe a las demás (por la unión hipostática que tiene, igualmente que ellas, con el Verbo), sino acreedor también entre todas a otro más especial sagrado culto, por la especialidad de sus excelencias y singulares prerrogativas.
La primera es, ser el corazón la parte más noble y principal en el cuerpo humano; y no habiendo entre todas las cosas corpóreas alguna más divina y excelente que el Cuerpo sacratísimo de Cristo Jesús, del cual es la parte más noble y principal su Corazón, consta lo que se debe juzgar de su excelencia. La segunda es, ser el corazón humano principio de la vida natural del hombre:48 y siendo la de Jesús de un precio inestimable, infinito e incomprensible, es consiguiente que el Corazón, principio de la vida de este Hombre Dios, sea también de un precio excesivo, admirable e infinito. La tercera es, ser el corazón la fuente de donde mana, y la oficina donde se forma y perfecciona la sangre: con que, siendo, como es, la de Cristo Jesús de tan infinito valor que la mínima gota bastaba a redimirnos, bien se deja entender de cuánta excelencia sea y cuán infinitamente digno de la veneración de todos sus redimidos aquel Corazón santísimo, sagrada oficina y celestial fuente de esta Sangre divinísima, precio de nuestra redención. La cuarta particularidad o prerrogativa se saca de la unión estrechísima que este deífico Corazón de Jesús tuvo y tiene con su alma santísima, y la mayor especialidad de esta excelentísima unión consiste en que refunda en el Corazón Sagrado casi igual dignidad y excelencia a la que goza el alma divinísima; por ser el órgano e instrumento nobilísimo de todas sus afecciones49. Pues, habiéndose de medir la excelencia del Corazón por la del alma, ¿cuán grande y prodigiosa debe estimarse?
La quinta, de la hipostática y sustancial unión50 con la Persona del Verbo Divino; la cual diviniza o deifica al sacrosanto Corazón, de suerte que el Corazón de Jesús se llame con toda propiedad Corazón de Dios: esta unión fue la que daba infinito valor a las afecciones, conmociones y palpitaciones de aquel amantísimo Corazón: y, si el hierro vil de una lanza, por sólo haber herido el Corazón deificado de Jesús, se hizo digno de la veneración de los ángeles, de los hombres y de la Iglesia misma (la cual, en atención a este contacto felicísimo, la ha instituido fiesta particular51 y oficio propio, con que públicamente la solemnice la devoción amante de los fieles); ¿qué honor, qué culto y reverencia no se deberá al mismo Corazón, cuyo contacto solo pudo dar a un hierro vil tanta excelencia? La sexta, del fin para que formó y destinó a este Corazón divinísimo la Beatísima Trinidad. Destinóle para volcán divino, o sagrada esfera del amor de Dios, en cuyas inextinguibles e infinitas llamas había de vivir abrasado desde el instante primero de su formación hasta la interminable eternidad. Quien con luz del cielo conociere algo del infinito amor de Jesús a su Eterno Padre, podrá medir y estimar por este conocimiento la excelencia de su Corazón Sagrado, que continuamente forma y padece los incendios de tal amor.
La séptima excelencia de este dulcísimo Corazón se toma de la santidad indecible, que participa de la santidad del Verbo. Y aunque esta santidad sea común a todas las partes del sacrosanto cuerpo del Salvador, por ser común la unión que tienen todas con su alma santísima y con la Divinidad, todavía tiene el Corazón de especial, el ser cooperador, en cierto modo, y propio asiento de todas las afecciones santas, en que se ostenta esta santidad, y ser también sagrado trono o domicilio, en que se reciben y contienen los dones más excelentes del Espíritu Santo en orden a los efectos sensibles que producen. Vemos que en el corazón de los Santos se destila e infunde la dulzura y suavidad celestial: en él se sienten los dolores y angustias que Dios envía: del corazón salen los suspiros ardientes: en el corazón se forman los deliquios del divino amor. Si el alma se enciende en algún extraordinario ardor sagrado, al punto se siente abrasar el corazón en sus celestiales llamas; si se halla penetrada de algún dolor vehemente, al instante se ve herido y traspasado el corazón del dolor mismo. En fin, de cualesquiera afecciones, delicias, angustias o penas interiores, de que se halla conmovida el alma, se siente luego conmovido el corazón. El es el asiento, el trono, el templo sensible del Espíritu Santo en el cuerpo humano.51 De todo lo cual son irrefragables testigos los corazones de S. Francisco Javier,52 San Felipe Neri,53 San Pedro de Alcántara,54
San Estanislao de Kostka,55 Santa Gertrudis56, Santa Clara de Monte Falco,57 Santa Teresa de Jesús,58 Santa Magdalena de Pazzis,59 y otros Santos. Pues, hallándose en la Humanidad santísima de Cristo estos dones y gracias admirables, en grado tan superior y excelente, que juntos en uno todos los que admiramos en los corazones de los Santos, son nada en su comparación, ¿qué debemos sentir de la excelencia y riquezas inmensas de santidad del Sagrado Corazón de Cristo Jesús, depósito celestial de estos tesoros?
La octava; del ser este divinísimo Corazón principio y domicilio propio de las excelentísimas virtudes de Jesús. La misma luz natural y las Sagradas Letras en repetidos testimonios nos enseñan, que todas las virtudes que convienen al alma, comúnmente se atribuyen al corazón; de suerte que con la misma propiedad que en el alma se hallan la paciencia, la mansedumbre, la humildad, etc., se puede decir que el corazón es paciente, manso, humilde, etc., y como la excelencia de las almas se mide por sus virtudes, así también la excelencia de los corazones. Y de aquí nace que los corazones de los grandes héroes en sabiduría, valor, y principalmente en santidad, se estimen y veneren como alhajas las más ricas y reliquias las más preciosas que nos dejaron en su muerte. Pues ¿quién podrá medir, ni comprender la excelencia del Corazón santísimo de Jesús, fuente de todas sus virtudes, siendo éstas del todo incomprensibles?
La última particular excelencia de este soberano Corazón se toma finalmente de ser la cosa creada que más ha contribuido, contribuye, y contribuirá eternamente a la mayor gloria de Dios. Porque de esta divina Fuente dimanan, como se ha dicho, todas las santísimas afecciones de un Dios Hombre; con las cuales es infinitamente ensalzada la divina Gloria. Y siendo tanto más agradable a Dios (y por consiguiente más digna del amor y veneración de los hombres) cualquiera cosa, cuanto más contribuye a su gloria, síguese que al Corazón sacrosanto de Jesús se le debe un amor, una veneración y culto el más singular, sin duda, y aun el sumo entre las demás cosas creadas.
Estas son las principales prerrogativas, en que más gloriosamente campea y sobresale la soberana excelencia del deífico Corazón de Jesús considerado en sí mismo; las cuales, si se pesaren con la debida reflexión, darán a conocer bien claramente ser el objeto de este piadosísimo culto la cosa creada más excelente y digna de religiosa veneración que puede ofrecer a los fieles la Santa Iglesia; cuya verdad se ilustrará más, si consideramos este divino Corazón en cuanto dice relación a los hombres.60
Porque, ¿qué cosa puede presentársenos más digna de nuestra devoción amante que el Corazón amantísimo de Jesús? ¿Qué cosa más dulce, más tierna, y más amable? En este sacratísimo Corazón están escritos, digámoslo así, o impresos los infinitos beneficios, que Jesús ha hecho a los hombres. Allí se miran sagradamente esculpidos los inmensos trabajos, dolores y penas, que padeció por todo el género humano. Miremos compasivos el Corazón Sagrado de Jesús oprimido por amor de los hombres con tantos y tan acerbos dolores, que puede asegurarse con toda verdad que sólo él padeció por nuestro amor más que todos los otros miembros juntos de su sacrosanto Cuerpo. Es indubitable que la Pasión de Jesús en lo interior fue más penosa incomparablemente que en lo exterior; como también es cierto que toda la pena interior fue en el Sagrado Corazón, al cual, como a su centro, concurrieron todos los dolores de su alma santísima. Y así la tristeza, bastante, como él dijo, para causarle la muerte61, el desamparo del Eterno Padre, el dolor de nuestros pecados, el temor, tedio, pavor, sudor de sangre, cuanto acerbo, cuanto amargo, cuanto cruel, cuanto terrible padeció Jesús en el Huerto, en el discurso de su Pasión y en la Cruz, todo fue cáliz amargo de su amantísimo Corazón principalmente: todo aquel piélago inmenso de dolores, todo se juntó en su afligidísimo Corazón.
Miremos con atenta y piadosa reflexión a este deífico Corazón, por una parte conmovido y afligido vehementemente por nuestras miseria,; condolido y atribulado amargamente por nuestros pecados; y por otra, ardiendo en vivas llamas de nuestro amor, abrasado en sus incendios desde el primer instante en que empezó a vivir. Contemplemos a este Corazón, en quien estuvieron de asiento los medios y consejos todos que tomó Jesús, dulcísimo Salvador de las almas, para nuestra felicidad eterna: del cual, como de sagrada fuente, manaron los bienes que al presente goza el linaje humano y todos los que ha de gozar por una eternidad interminable y eternamente feliz. Consideren esto los fieles, y no habrá corazón tan de hielo o de diamante que no se ablande y encienda en el amor, veneración y culto del Corazón amabilísimo de Jesús.
Resta otra consideración, que descubre un nuevo motivo de nuestro amor al dulcísimo Corazón: y consiste en ser éste, para decirlo así, el tálamo dichoso en que fue concebida y formada la Santa Iglesia; en ser la saludable Fuente de que manaron los siete Sacramentos; y en convenirle cuantas prerrogativas y misterios veneran los Santos Padres en la herida del Costado. Porque el duro hierro de la lanza que abrió el Costado derecho de Jesús, atravesando el sagrado pecho, penetró hasta herir su amante Corazón: atestiguando esta verdad muchos Santos Padres, Doctores, teólogos e intérpretes, muchas revelaciones de Santos canonizados, y confirmándola la misma Santa Iglesia., cuando dice:62 In Corde Christi mergitur, mucro leone saevior: de forti fons exoritur, cibusque melle dulcior.63
De aquí nace, para incentivo de nuestro amor, una reflexión propia de las almas que aspiran a una elevada perfección, y es que en el Corazón de Jesús, abierto con el cruel hierro de la lanza, hallan un segurísimo y soberano asilo las almas puras y verdaderamente amantes: pues a este fin fue herido, como lo reveló María Santísima a su devotísima hija la Venerable Madre María de Agreda,64 ilustre honor de nuestra España, exhortándola a refugiarse a este celestial Sagrario, con las palabras siguientes: “Mi Hijo y Señor, por el amor ardentísimo que tuvo a los hombres, sobre las llagas de los Pies y Manos, quiso admitir la del Costado sobre el Corazón, que es el asiento del amor; para que por aquella puerta entrasen, como a gustarle y participarle en la misma fuente, y allí tuviesen las almas su refugio y su consuelo. Este solo quiero yo que busques en el tiempo de tu destierro, y que le tengas por habitación segura sobre la tierra: allí aprenderás las leyes y condiciones del amor”. Y el mismo Jesús convida a buscar el más suave refrigerio de nuestros afanes y fatigas con aquellas dulces palabras: Venid a mi todos los que trabajáis y estáis cansados, que yo os recrearé;65 nos exhorta también a cursar afectuosos la sagrada escuela de su amante Corazón, en que dicta como Maestro divino lecciones de la más alta perfección y sabiduría, diciéndonos: Y aprended de mi, que soy manso y humilde de Corazón. Y concluye, finalmente, asegurándonos que en él encontraremos el más feliz descanso para nuestras almas.
Cuán frecuente y familiar fuese a los Santos más enamorados de Jesús el acogerse al celestial retiro de su sacrosanto Corazón, constará con sólo leer las vidas o escritos de algunos de ellos. El dulcísimo Padre San Bernardo66 explica sus piadosos afectos al Corazón de Jesús en esta forma: “Porque hemos llegado al dulcísimo Corazón de Jesús, y es bueno permanecer aquí, no dejemos que cosa alguna nos aparte de este divino Corazón. ¡Oh que bueno y agradable es habitar en este Corazón! ... ¿Quién no amará este Corazón tan herido? ¿Quién no corresponderá amante a quien tan finamente le ama?”
El seráfico Doctor San Buenaventura,67 abrasado en amor a las santísimas Llagas de Jesucristo, dice así entre mil otros afectos: “De cuánta dulzura, piensas, que goza el alma que entra por el Costado abierto de Jesús hasta juntarse con su divino Corazón? Ciertamente no puedo declararlo; pero procuro experimentarlo. ... ¡Oh bienaventurada Lanza, y bienaventurados Clavos que merecieron hacer tales heridas! Oh si yo hubiera sido aquella lanza! No hubiera querido salir del Costado de Jesús; y diría: éste es mi descanso en los siglos de los siglos; aquí habitaré, porque elegí esta morada”.
El doctísimo y piadosísimo Padre Francisco Suárez 68de la Compañía de Jesús dice así: “Quiso Cristo ser herido en aquella parte de su cuerpo, de donde manifestase su Corazón a los hombres; para que entendiesen que tenía abierta la puerta, por donde pudiesen entrar al Corazón de Cristo y descansar en él”.
Pero quien gustó con regaladísima suavidad de las delicias de este amabilísimo Corazón, fueron algunas de las Esposas mas queridas de Jesús. Entre otras, Santa Gertrudis (a quien favoreció singularmente su celestial Esposo, descubriéndola las riquezas de este sagrado tesoro), como embriagada del amor del divino Corazón, dice así: “Después, Jesús mío, de tan inexplicables beneficios, como de vuestra bondad he recibido, añadiste la inestimable familiaridad de tu amistad divina, dándome de mil modos aquella arca nobilísima de la Divinidad; esto es, vuestro Corazón deífico, compendio de todas mis delicias: unas veces me dáis graciosamente vuestro divino corazón; otras, para mayor indicio de familiaridad mutua, trocáis vuestro Corazón con el mío”.69
En las revelaciones de Santa Matilde70 se leen estas expresiones del Corazón de Jesús: “Respondíame el Señor (dice la Santa): te doy mi Corazón en prendas: te doy mi Corazón para casa de refugio. Este era uno de los principales dones de Dios.” Empezó a aficionarse con maravillosa devoción al Corazón divino de Jesús, y casi siempre que Cristo se le aparecía, recibía algún don especial de su Corazón.71 Estas son, entre muchas otras que omitimos, las devotísimas expresiones en que explican los Santos su encendido amor, su ternura afectuosa y su veneración reverente al dulcísimo Corazón de nuestro buen Jesús: y todas son nuevos títulos que nos recomiendan grandemente su sagrado culto.
De cuanto dejamos dicho en este párrafo,72 se puede ya formar algún concepto de la soberana excelencia del Corazón divinísimo de Jesús.73 Mídase ahora por ésta la que participa de tan divino objeto el culto que vamos explicando: cotéjese éste con todos los otros solemnes cultos, que hermosean a la Santa Iglesia; y no se hallará otro alguno más excelente, más noble, ni más sublime; pues ninguno otro tiene objeto más soberano, de quien participar sus excelencias; como ni tampoco más dulce, ni más poderoso para arrebatarse suavemente los corazones de los fieles. Porque, ¿qué atractivo más eficaz que el Corazón amabilísimo de Jesús? Sola su vista, el nombre solo de este amante Corazón basta a encender, a derretir, a enternecer toda la alma, sin otra retórica o persuasiva de voces.
Porque ciertamente, al considerar qué es lo que hace en nosotros la misma naturaleza; qué afectos, qué sentimientos nos inspira para con los corazones de aquellos a quienes nos confiesa estrechamente obligados el amor, el agradecimiento o la veneración; al considerar qué siente o experimenta en sí una regalada esposa a vista del corazón, que la dejó en prendas de su amor su querido esposo; al considerar qué siente un fiel vasallo o un privado agradecido a la presencia del corazón de su rey que en su muerte le dejó su dignación en testimonio de su real benevolencia; al considerar, qué siente la piedad cristiana, a qué afectos de veneración tan especiales no se mueve para con los corazones de algunos Santos, qué adora en sus iglesias como reliquias las más insignes; y (para hacer más patente esta verdad con el ejemplo que tiene a los ojos nuestra España) al considerar que el corazón seráfico de Santa Teresa,74 por haber sido esfera de aquel incendio de amor, a quien el dardo de un serafín amante dio respiración en una herida (cuyas cicatrices conserva hasta hoy incorrupto)75; al considerar, digo, que este abrasado corazón es imán de los afectos, objeto de las veneraciones y delicias de la devoción más tierna de los pechos españoles (cuya piedad se gloría de verse confirmada con la aprobación de la misma Santa Iglesia en la fiesta de la Transverberación 76de este corazón seráfico, instituída por la Santidad de Benedicto XIII, y nuevamente extendida a todos los reinos de España por nuestro SS. P. Clemente XII):77 al considerar todo esto, confieso ciertamente temiera agraviar a la razón y a la piedad de los fieles, si juzgase necesario valerme de palabras y razones para persuadirles el amor, el culto, la veneración que se debe a este amante y divino Corazón de Jesús, nuestro Esposo, nuestro Rey, nuestro Salvador: porque, ¡Oh Dios! ¿cuánto va de Corazón a corazones?
Piense bien cualquiera que esto leyere, y considere atentamente cuánta sea la diferencia, cuánto el exceso, cuántas las ventajas que hace el Corazón de Jesús a todos los demás corazones; que aun cuando fuesen tan santos, no sólo como el de una Santa Teresa, humano serafín, pero aun cuando llegasen a igualar al Corazón purísimo, santísimo y perfectísimo de María Santísima, cuya santidad prodigiosa la pierde de vista el entendimiento del querubín más supremo, aun entonces quedarían infinitamente inferiores, por ser corazones de puras criaturas; y el de Jesús, Corazón de un Dios-Hombre. ¡Piense pues, vuelvo a decir, y consúltese a sí mismo, qué honor, qué reverencia, qué culto se deba a tan divino corazón! Contemple bien qué haría el pueblo cristiano si mereciese la dicha incomparable de tener en su poder a este sacrosanto Corazón, digno de tantos títulos de nuestro amor y veneración.
 Imagine o haga cuenta que en una iglesia de la cristiandad se guardase entre sus más preciosas reliquias78 el Corazón divinísimo de Jesús. ¡Oh Dios! ¡cuánto se apreciaría este celestial tesoro! ¡Cuán rico, cuán dichoso, cuán afortunado se estimaría aquel sagrado templo! ¡Qué honores, qué obsequios, qué respetos no se le rendirían! ¡Con qué pompa, con qué alegría, con qué júbilo no se celebraría la fiesta del Corazón sacrosanto! ¡Cuál sería el concurso de todas las naciones! ¡Cuál el ansia de los peregrinos¡ Cuánta la solicitud de buscar, cuánto el deseo de ver, cuánto el empeño de adorar, cuánto el ardor de besar tan soberana reliquia! Pues pregúntese ahora cada uno a sí mismo: si esto se haría, y se debería hacer con el Corazón de Jesús muerto, sin sentido, separado del alma y demás partes de su Cuerpo santísimo ¿qué culto, qué amor, qué veneración no se deberá a este mismo Corazón vivo79, animado, unido con todo el Cuerpo sacrosanto, ardiendo en vivas llamas de amor y respirando en cada palpitación un incendio de tan sagrado fuego; presente, en fin, no sólo en una iglesia, sino en tantas cuantas son en las que venera a su Dios sacramentado el Cristianismo? ¡Oh Corazón divinísimo, excelentísimo, amabilísimo sobre todos los corazones de los hombres! Enviad Vos a sus entendimientos un rayo de celestial luz, con que penetren bien estas verdades: no será menester más persuasiva para que os amen y consigáis el fin que pretendéis en este culto. 

44 Las 4 cosas que dan excelencia a un culto son: el objeto, la finalidad, las prácticas y los frutos que produce. Esto lo aplicará el P. Loyola a la devoción “nueva” del Corazón de Jesús.
45 Loyola considera el Corazón de Jesús no como la “víscera” sagrada, sino entendiendo por él la misma Persona de Jesús, en su humanidad y divinidad, y como el gran Amante de los hombres. El Corazón de Jesús es Jesucristo que nos ama. De ahí que pronto la Iglesia mandó que no se pintase solamente la víscera como tal, sino la persona de Jesús mostrando su Corazón. Las primeras imágenes del Corazón de Jesús se reducían a la víscera sagrada y se conservan algunas de ellas, como testimonio de aquella primera época (antigua iglesia de la Compañía de Jesús en Bilbao, en León, en Oviedo, colegiata de Villagarcía de Campos, etc)
46 Jn 6, 55.
47 Citará aquí el P. Loyola 9 particularidades, por las que el Corazón de Cristo merece un especial culto, más justificado que el que podría darse, por ejemplo, a la frente o a la mano de Cristo, que en virtud de la unión hipostática, también serían dignas de adoración y de culto.
48 Tanto aquí, como cuando dice que el corazón “es la oficina donde se forma la sangre...”, Loyola no hace sino exponer la doctrina de su tiempo respecto a estos y parecidos temas.
49 Según el pensamiento popular los sentimientos, afectos, penas y alegrías las asignamos al corazón. Así decimos: tengo el corazón alegre o triste, ante aquella tragedia el corazón se me partía de pena, etc. Es el lenguaje que aquí emplea el P. Loyola.
50 Este ha sido siempre el argumento decisivo para honrar y adorar el Corazón de Jesucristo.
51 Alude a una fiesta litúrgica, que hoy ya no existe, pero que fue de especial devoción para algunos fieles más sensibilizados por la herida del costado abierto de Jesús. Como dice el P. Jesús Solano existían ya de antiguo una serie de textos litúrgicos relativos a la lanzada. “Ledit ha recogido más de trescientos textos litúrgicos bizantinos sobre la herida del costado y la lanzada: provienen de los siglos VII, VIII y IX”  (Desarrollo histórico de la Reparación, pg 40, edit C.d.C. Roma 1980)
51 Naturalmente todo esto hay que entenderlo de modo metafórico principalmente, ya que el trozo de carne que es el corazón humano, ese trozo como tal no ama, ni se entristece ni se alegra, aunque sea verdad que esos afectos, cuando son muy intensos, repercuten de manera especial en él. Probablemente el P. Juan de Loyola entendía todo esto más al pie de la letra de lo que nosotros lo entendemos.
52 San Francisco Javier (1506-1552), el gran misionero jesuita del Extremo Oriente, a quien suele representársele con la sotana desabrochada y el pecho en llamas, ardiendo en celo de las almas, descalzo en la playa y con la mirada dirigida hacia la China, su mayor sueño apostólico, que no pudo llevar a cabo. Su fiesta se celebra el 3 de diciembre.
53 San Felipe Neri (1515-1595), contemporáneo de Javier y de Ignacio de Loyola, Fundador de la Congregación del Oratorio, se distinguió por su alegría y por el celo ardiente de las almas. En la oración de su fiesta pide la Iglesia que “el Espíritu Santo nos encienda con aquel mismo fuego con que abrasó el corazón de San Felipe Neri” (26 mayo)
54 San Pedro de Alcántara (1499-1562) reformó la orden franciscana en España, hombre de extremada austeridad y gran dulzura. Santa Teresa, que se aconsejó con él, hace un precioso retrato de su persona: “Y,¡qué bueno nos le llevó Dios ahora en el bendito Fray Pedro de Alcántara! No está ya el mundo para sufrir tanta perfección... Un su compañero me dijo que le acaecía estar ocho días sin comer. Debía ser estando en oración, porque tenía grandes arrobamientos e ímpetus de amor de Dios, de que una vez fui yo testigo...; no parecía sino hecho de raíces de árboles..Hele visto muchas veces con grandísima gloria” (Libro de la Vida, cap 27, 16-20)Su fiesta se celebra el 19 de octubre.
55 San Estanislao de Kostka (1550-1568), polaco, novicio jesuita. Se distinguió por un amor ardiente a la Virgen y a la sagrada Eucaristía, cuyo fuego interior repercutía a veces en su cuerpo. Murió el día de la Asunción de la Virgen y fué canonizado por Benedicto XIII en 1726. Su fiesta es el 13 de noviembre.
56 Santa Gertrudis (1256-1303) Monja benedictina del famoso monasterio de Helfta, cerca de Eisleben, en Sajonia. Vive un amor apasionado por el Corazón de Jesús, en cuya devoción incluye el culto a la Trinidad, al considerarlo como mediador. En su espiritualidad vive más el gozo de la intimidad con Cristo que la insistencia expiatoria de Paray-le-Monial. Un texto precioso de su extensa obra es esta invocación: “Oh amado Jesús, escóndeme en la herida de tu Corazón amoroso, apartada de todo lo que no seas Tú...Modela mi corazón según el tuyo, para que merezca transformarme según tu complacencia” .Se celebra su fiesta el 16 de noviembre. (Saint Companions for each day, Mausolff, Buffalo 1954,pg 322)
57 Santa Clara de Montefalco (1268-1308) nace en Montefalco, cerca de Spoleto, en la región italiana de la Umbría. Fue favorecida con preciosas gracias místicas, después de once años de terrible sequedad. Su materia constante de meditación era la Pasión de Cristo, llegando a identificarse plenamente con El en su corazón. Su cuerpo se conserva incorrupto. Su fiesta se celebra el 17 de agosto. (Obra citada, pg 232)
58 Santa Teresa de Jesús (1515-1582) nació en Avila, reformó la Orden carmelitana, fundó quince conventos y escribió libros que marcan un hito en la literatura mística universal, como Las Moradas, Camino de Perfección y otros. Gozó de una altísima y casi constante unión con Dios, distinguiéndose por su amor ardiente a la santa Humanidad de Jesucristo. En el libro de su Vida se expresa así: “siempre que se piense de Cristo nos acordemos del amor con que nos hizo tantas mercedes y cuán grande nos lo mostró Dios en darnos tal prenda del que nos tiene; que amor saca amor. Y aunque sea muy a los principios y nosotros muy ruines, procuremos ir mirando esto siempre y despertándonos para amar; porque si una vez nos hace el Señor merced que se nos imprima en el corazón este amor, sernos ha todo fácil y obraremos muy en breve y muy sin trabajo. Dénosle su Majestad – pues sabe lo mucho que nos conviene – por el que El nos tuvo y por su glorioso Hijo a quien tan a su costa nos le mostró, amén” (Libro de la Vida, cap XXII, 14). Su fiesta se celebra el 15 de octubre.
59 Santa María Magdalena de Pazzi (1566-1607). Nace en la ciudad de Florencia y se mete carmelita. Es una de las grandes contemplativas de la Iglesia. Su ardiente amor a Dios lo expresa así en este diálogo, sacado de uno de sus escritos: “Realmente eres admirable, Verbo de Dios, haciendo que el Espíritu Santo te infunda en el alma de tal modo que ésta se una con Dios, le guste y no halle su consuelo más que en él. El Espíritu Santo viene al alma sellado con el sello de la sagre del Verbo o del Cordero inmolado; más aún, la misma sangre (de Cristo) le incita a venir... Ven, Espíritu Santo¡... Tú eres el premio de los santos, el refrigerio de las almas, la luz en las tinieblas, la riqueza de los pobres, el tesoro de los amantes, la hartura de los hambrientos, el consuelo de los peregrinos; eres, por fin, aquel en el que se contienen todos los tesoros” (Obras de Sta. Magdalena de Pazzi, Florencia, 1965, IV, pg 200 ; VI, pg 194). Su fiesta se celebra el 25 de mayo. (Obra citada, pg 151)
60 En este párrafo está esbozada la argumentación del P. Loyola en relación con el Corazón de Jesús. Si lo consideramos en sí mismo, es una auténtica maravilla, digna del mayor amor; y si lo consideramos en relación con los hombres, esa maravilla crece aún más al ver cómo en ese Corazón están como impresos los trabajos, penas y sufrimientos que pasó por ellos, en orden a conseguir su felicidad; ese Corazón ha sido para ellos la fuente de sus mejores dones: la Iglesia y los Sacramentos; es acicate de amor para los hombres, a la vez que su refugio y consuelo.
61 Mc 14, 34.
62 En el antiguo Oficio litúrgico y fiesta de la Lanzada.
63 “Se hunde (la lanza) en el Corazón de Cristo, más cruel que una dentellada de león: del Fuerte brota una fuente y un alimento más dulce que la miel.”
64 La Venerable María de Agreda, muy famosa en su siglo y a la que pedía consejo el rey de España, que sentía hacia ella una gran veneración.
65 Mt 11, 28
66 San Bernardo de Claraval (1090-1153) ha sido una de las figuras estelares de la Edad Media. Se le conoce con el nombre del “Doctor Melífluo” por la dulzura y unción que exhalan sus escritos. San Bernardo llega al misterio del Corazón de Cristo, particularmente a través de los misterios de su nacimiento y pasión. Por ello escribirá: “El secreto de su Corazón ha quedado al descubierto por las aperturas de su cuerpo... ¿Hay algo más que ver fuera de sus heridas? Y ¿por dónde podríamos ver más claramente, Señor, si no es por vuestras heridas, que sóis lleno de bondad y mansedumbre y abundante en misericordia?”.Su fiesta es el 20 de agosto. (Obra citada, pg 234)
67 San Buenaventura (1217-1274) nació en la región de la Etruria italiana. Estudia filosofía y teología en París y enseña a sus hermanos franciscanos. Fue elegido General de su Orden y, más tarde nombrado obispo y Cardenal de la diócesis de Albano. Escribió muchas obras ascético-místicas. Se caracteriza por el fervor y la dulce y fuerte unción de sus escritos. La veneración de las llagas de Cristo era una de sus devociones preferidas, llegando a profundizar como pocos en la llaga del costado. Es, sin dudar, uno de los pioneros de la devoción al Corazón de Jesús. Su fiesta se celebra el 15 de julio. (Obra citada, pg 197)
68 El P. Francisco Suárez (1548-1617) nace en Granada y morirá en Lisboa. Eminente filósofo y teólogo, aunque sigue fundamentalmente la doctrina de Santo Tomás de Aquino, crea en algunas cuestiones su propia escuela “suareciana”, contrapuesta a la “tomista”. Explicó teología en el Colegio de San Ambrosio de Valladolid (hoy santuario nacional de la Gran Promesa) de 1576-1580. Luego será llevado a Roma, al Colegio Romano (hoy la Universidad Gregoriana), donde será profesor de 1580 a 1585. Por motivos de salud regresa a España y explica en la Universidad de Alcalá de 1585 a 1593. Pasará también por Salamanca, donde escribirá sus famosas “Disputationes Metaphysicae”, en las que expresa su pensamiento filosófico. Lleno de méritos y con fama de santidad entregará su alma a Dios en la ciudad de Lisboa. Supo juntar admirablemente “virtud con letras”, según la clásica expresión del P. Baltasar Alvarez.  (Diccionario Histórico de la Compañía de Jesús (biográfico-temático), Charles E. O ´Neill y Joaquín Mª Domínguez, Roma-Madrid 2001, t III)
69 De la obra: Insinuatio divinae pietatis, lib 2, cap 18.
70 Santa Matilde de Hackeborn (1241-1298), religiosa benedictina del famoso monasterio alemán de Helfta y maestra de novicias, entre las que se encontraba Gertrudis la Grande. El Jesucristo de Santa Matilde –se ha escrito- es, más que el varón de dolores, el Señor glorificado que reina en la gloria del cielo, o sea el “Cristo litúrgico”. Santa Matilde nos ha proporcionado un rico tesoro de plegarias al Corazón de Jesús, que fueron objeto de predilección de San Pedro Canisio durante toda su vida,alguna de las cuales había copiado en un cuaderno que llevaba constantemente encima. Un día vió Santa Matilde cómo el Señor abría la herida de su Corazón y le decía: “Mira la grandeza de mi amor; si tú la quieres conocer, en ninguna parte lo encontrarás más claramente que en las palabras del Evangelio: Yo os he amado a vosotros, así como mi Padre me ha amado a Mí...”  Solía decir: “Si tuvieran que escribirse todos los dones que me han sido concedidos por el bondadoso corazón de Dios, sería insuficiente un libro de maitines”. Su fiesta se celebra el 26 de febrero. (Saint Companions for each day, pg 57)
71 Libro I, Revelationes., cap 28
72 En las ediciones siguientes (de Barcelona y de Madrid, se dice: en este “capítulo”)
73 La argumentación del P. Loyola tiene como dos tiempos: considerado el culto del Corazón de Jesús en sí mismo, se ve su excelencia; y si lo consideramos en relación con otros cultos que hay en la Iglesia, campea igualmente su dignidad y excelencia.
74 La argumentación del P. Loyola va de menos a más: si veneramos el corazón incorrupto y santificado de una Santa Teresa, ¿cómo no adorar y venerar el del mismo Cristo?
75 Sobre este corazón “herido” de Santa Teresa, en el libro “Tiempo y vida de Santa Teresa” del P. Fray Efrén de la Madre de Dios, O. C. D (Bac, t 74, pg 505), aparecen una serie de notas sobre esa materia. “A la herida de Santa Teresa –se dice- debemos dar un sentido más pleno de acuerdo con la exquisita espiritualidad que distingue a los Santos del Carmelo. Los primeros testigos que hablan del corazón de la Santa no mencionan su herida; sólo Catalina de S. Angelo dice que estaba “reventado por un lado”. La relación que hace Catalina de San Angelo, dice así:“Personas espirituales han dicho y se ha entendido que murió de un grande ímpetu que le dio el amor de Dios; y a esta testigo le parece que sea grande indicio que sea así, por ver que cuando sacaron el corazón del cuerpo..., estaba el corazón reventado por un lado, como esta testigo lo vió, porque se lo pusieron en la mano cuando lo sacaron, porque a la sazón esta testigo era Priora de este convento” (de Alba de Tormes)... ; el primero que echa la especie de herida corporal en el corazón de la Santa es Francisco de Santa María (Reforma 1, c. 27) y aún él ignora la del corazón de Alba de Tormes”                          
  Como dice el P. Efrén en el texto: “Sin necesidad de negar el hecho de la transverberación, tal como la Iglesia lo celebra, conviene rechazar de antemano que se trate de una vulneración física en la mencionada visión, cuya principal realidad, que constituye la verdadera merced del dardo, es el efecto espiritual que infunde en el alma, de suerte, que si algún efecto produce en el cuerpo es indirecto, por la redundancia que proviene del alma. Se trata, pues, de una gran sentimiento de amor infuso que algunas veces iba acompañado de aquella visión, la cual no era causa, sino una mera circunstancia concomitante que hacía ver a su imaginación lo que invisiblemente se le infundía en el alma. Otras veces tenía aquellos ímpetus y no la visión. En realidad, ni el ángel tenía cuerpo, ni el dardo era dardo, ni el fuego fuego, ni la herida herida. Todo esto sólo eran formas sensibles con que la imaginación traducía grandezas inefables”.(idem,pg 507)
76 Así relata la misma Santa Teresa el episodio de la Transverberación: “Veía un ángel cabe mí hacia el lado izquierdo en forma corporal. No era grande sino pequeño, hermoso mucho, el rostro tan encendido que parecía de los ángeles muy subidos que parecen todos se abrasan –deben ser de los querubines, que los nombres no me los dicen-. Veíale en las manos un dardo de oro largo y al fin del hierro que parecía tener un poco de fuego; éste me parecía meter por el corazón algunas veces y que me llegaba a las entrañas; al sacarle me parecía las llevaba consigo y que me dejaba toda abrasada en amor grande de Dios. Era tan grande el dolor, que me hacía dar aquellos quejidos, y tan excesiva la suavidad que me pone este grandísimo dolor, que no hay desear que se quite ni se contenta el alma con menos que Dios. No es dolor corporal sino espiritual, aunque no deja de participar el cuerpo algo y aun harto. Es un requiebro tan suave que pasa entre el alma y Dios, que suplico yo a su bondad le dé a gustar a quien pensare que miento... Los días que duraba esto anduve como embobada; no quisiera ver ni hablar sino abrazarme con mi pena”  (Libro de la Vida 29, 13-14)
77 Decreto dado el 11 de diciembre de 1733.
78 Este sencilla argumento del P. Loyola, que tiene fuerza en sí mismo, la tenía aún más en aquella época en que las reliquias eran sumamente apreciadas, buscadas y valoradas. Sólo hay que recordar cómo en todos los Colegios de jesuitas y en sus iglesias solía haber un “Relicario”, algunos de gran belleza y con reliquias sumamente apreciadas (pensemos en el famoso relicario de Villagarcía, donde fue estudiante y novicio el P. Bernardo de Hoyos; en el de Medina del Campo, donde Hoyos estudió la filosofía; en el de San Ambrosio de Valladolid, donde estudió la teología; por no hablar del famoso relicario del Colegio de San Ignacio e iglesia de San Miguel, donde comenzó Bernardo a hacer su Tercera Probación y donde fue enterrado).
79 Veneramos un Corazón “vivo” – dice el P. Loyola. El Corazón de Jesús está entrañablemente unido a la Eucaristía en la espiritualidad del P. Bernardo de Hoyos, es el Corazón “eucarístico” de Jesús. Esta estrechísima unión con la Eucaristía está en la fuente misma de la devoción al Corazón de Jesús, tal como el Señor se la hace vivir a Santa Margarita, a quien recomendará la comunión lo más frecuente posible. Es curioso observar cómo todos los grandes devotos y apóstoles del Corazón de Jesús han sido almas profundamente enamoradas de la Eucaristía, que pasaban largos ratos ante el sagrario. Aquí aparece cómo el Corazón de Cristo que adoramos en la Eucaristía es el Corazón vivo del Cristo glorioso, aunque este aspecto “glorioso” no aparece sino raras veces en los escritos del P. Hoyos. Se vivía entonces una espiritualidad cuyos rasgos más importantes (no exclusivos) era, sobre todo, la reparación, el consuelo, la compañía, el desagravio de un Corazón que no hallaba respuesta a su grande amor a los hombres.

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