martes, 25 de noviembre de 2014

CONCLUSIÓN


Habiendo dado en el discurso de este librito una breve noticia del piadosísimo culto del Corazón divino de Jesús, se seguía exhortar aquí a su práctica; pero la más eficaz exhortación172creemos ser su soberana excelencia. El mismo culto, por su objeto tan divino, por su fin tan soberano, por sus ejercicios tan santo, por sus utilidades tan apreciable, debiera ser, cuando le faltaran otras, su mayor recomendación para la piedad cristiana. Pero ni aun le faltan estos títulos, que suelen ser no pequeños atractivos de la devoción ni menos eficaces argumentos para persuadir a la razón; porque, además de haber hecho este celestial culto tan milagrosos progresos173 entre la desecha furia de tantas y tan terribles persecuciones174 (claro indicio de la especial providencia, con que el Señor le protege, pues a ser consejo de hombres, ya se hubiera deshecho por sí mismo; 175mas por ser de Dios no ha prevalecido contra él todo el Infierno): además de esto, tiene a su favor la divina voluntad declarada tan expresa y manifiestamente, que no puede dejar lugar de duda a la prudencia humana. Revuélvanse todas las historias eclesiásticas, y en la dilatada serie de tantos siglos no se hallará culto o fiesta alguna,176 que haya tenido a su favor más señales de la divina voluntad, como la del divino Corazón. No dudó afirmarlo así a la Congregación de Eminentísimos Cardenales el R. P. Gallifet, de quien hice 177 mención en la Advertencia a este librito.
De cuatro modos suele Dios declarar su voluntad en este punto a los fieles y a su Iglesia: 1. Por milagros. 2. Por revelaciones privadas. 3. Por la conmoción de los pueblos. 4. Por la inspiración a los Prelados: bastando cualquiera de ellos para la institución de cualquiera festividad o solemne culto, siendo raro entre cuantos celebra la Santa Iglesia en quien hayan concurrido todos cuatro; pero en éste del Corazón de Jesús se hallará haber concurrido todos juntos a manifestar el divino beneplácito. Han concurrido los milagros tan portentosos, como publica la Francia.178 Han concurrido las revelaciones de Santa Gertrudis y de la Venerable Madre Margarita de Alacoque, entre otras muchas. Ha concurrido la conmoción de los pueblos tan universal, que con dificultad tendrá ejemplar en la historia. Ha concurrido, finalmente, la divina inspiración a los Prelados y Príncipes de la Iglesia, como queda dicho al principio de este libro. Recomendaciones todas que nos dan seguras esperanzas que será abrazado este devotísimo culto con empeño amante de la piedad de los fieles; y que aun la misma Santa Iglesia, tan celosa de la gloria de su soberano Esposo Cristo Jesús y del provecho de las almas, le ha de establecer solemnemente con su autoridad suprema, satisfaciendo así los deseos del Corazón sacrosanto (en quien, según San Bernardo, ella tiene su morada) y cumpliendo las ardientes ansias de tantos pueblos y Prelados que piadosos lo solicitan.
Aquí se ofrecía una, no sé si justa admiración o piadosa queja, de nuestra España y Portugal: pues, no cediendo estas dos ínclitas naciones a ninguna otra en la piedad, hasta ahora ni sus pueblos ni sus Prelados han logrado la dicha de interesarse en las glorias de un culto tan propio de sus católicos pechos, y nacido, digámoslo así, a su innata devoción. Pero no hay que admirar, habiendo carecido hasta aquí de su noticia, que gozan la primera vez este año en el vulgar idioma179 nuestros Reinos. De la esclarecida nación lusitana no dudan nuestras esperanzas abrirá su generosa piedad mucho lugar a este culto religiosísimo. De nuestra España, no sólo las bien fundadas esperanzas que siempre hemos tenido, pero aun los felices principios en que ya han empezado a descubrirse los influjos del divino Corazón, nos prometen felicísimos progresos de su soberano culto. Porque ya algunas almas españolas se hallan movidas a practicarle privadamente; ya un célebre Misionero180 de la Compañía de Jesús ha empezado a exhortar a él públicamente, dando principio a las devotas Congregaciones del Sagrado Corazón, en el reino de Murcia;181 y ya, en fin, en el real y católico pecho de nuestro gran Monarca, el Señor Felipe V (que Dios guarde y prospere en todas sus grandezas) ha inspirado el mismo dulcísimo Corazón de Jesús deseos de ver extendida su devoción y propagado su culto;182 y para desempeñar a sus mismos deseos y a toda la nación española (empeñando al mismo tiempo con su real ejemplo a todos los que por su oficio o dignidad pueden imitarle), ha interpuesto su soberana autoridad con la Santa Sede, en esta carta,183 con que pareció coronar dignamente este librito.

171 En la Conclusión hace el P. Juan de Loyola la síntesis de su argumentación. Héla aquí resumida:
1)            La mejor exhortación para practicar el culto al Corazón de Jesús es su excelencia.
2)            Esta excelencia se prueba: a) por su objeto, b) por su fin,  c) por sus ejercicios de piedad, d) por sus utilidades y frutos.
3)           Pero, además de eso, que es lo principal, hay otras tres fuertes motivaciones, que son:
A)          Los progresos que ha hecho este culto, a pesar de las terribles oposiciones, lo que indica que es de Dios.
B)          La Voluntad divina quiere este culto: no existe en toda la historia de la Iglesia ningún culto o fiesta que posea más señales de la divina Voluntad que éste. (Este fue el argumento que presentó el P. Gallifet a la Congregación de Cardenales en Roma)
C)         Las señales de la divina Voluntad son cuatro: a) los milagros,  b) las revelaciones privadas,  c) la conmoción de los pueblos,  d) la inspiración a los Prelados.
D)         Basta una sola de estas señales para instituir un culto o fiesta. Pero el culto al Corazón de Jesús posee las cuatro señales: a) milagros en Francia (alude, sin citarla, a la famosa peste de Marsella principalmente),  b) revelaciones privadas (Santa Gertrudis, Margarita María, etc),  c) conmoción de los pueblos (abrazan con gozo esta devoción...)  d) inspiración a los Prelados (la mayoría ha escrito al Papa pidiendo la fiesta del Sagrado Corazón...)
E)          Es verdad que en España y Portugal se conoce todavía poco esta devoción,, pero se ven grandes esperanzas por los felices principios que se dan (estampas, novenas, libros...), por las congregaciones del Corazón de Jesús que se están fundando y por el favor y entusiasmo que muestra nuestro Rey Felipe V.
Esta es la síntesis del libro del Tesoro escondido,que Loyola recapitula al fin del mismo.
172 Aunque es cierto que “el buen paño en el arca se vende”, pero mejor si se le airea un poco. Este refrán lo aplica el P. Loyola al culto y devoción al Sagrado Corazón: es preciso airearlo, que se conozca...¡
173 La devoción al Corazón de Jesús, por el tiempo en que Loyola escribe el Tesoro escondido, se había ido extendiendo por China, Canadá y Siria, a través de misioneros franceses, buena parte de ellos jesuitas y algunos incluso que habían conocido al P. Claudio de la Colombière y recibieron de él esta devoción. El P. Carlos de Broissia llevó esta devoción a la China. Está comprobado que en 1709 había ya una Congregación del Sagrado Corazón en Macao y Pekín. El 27 de agosto de 1712 el misionero P. D´Entrecolles escribía al Procurador de las Misiones en Francia y le decía: “La devoción al Sagrado Corazón que crece más y más en Francia, es muy querida entre nuestros cristianos, y está produciendo en ellos un grande amor por la santa Humanidad del Salvador”. El P.de Mailla compuso en chino un resumen del libro del P. Croiset .
     Esta devoción, “como una corriente apostólica que parte de Francia, principalmente de los puertos del Havre o de Dieppe, de Nantes o de Burdeos, atraviesa el Atlántico y se divide...en dos brazos, uno al sur camino de las Antillas, y el otro subiendo hacia el norte hasta tocar el Canadá”. En una carta de Santa Margarita al P. Croiset , del 15 de abril de 1689, leemos que “nuestro Señor le había dado la ocasión de enviar a Kébec (Québec) en Canadá la devoción al Sagrado Corazón...”, sin duda llevando hasta allí algunos opúsculos de los aparecidos en Dijon o Moulins. Poco más tarde, los folletos de la Madre Inés Gréard, de Rouen, y el de la Madre Magdalena Rémuzat, de Marsella, extenderían aún más el culto al Corazón de Jesús, sin contar el influjo de la Congregación de Québec, que habían fundado las Ursulinas el 28 de marzo de 1718, como se ha dicho en otra nota anterior.
     En Siria se distinguió el gran misionero P. Fromage, que funda en la iglesia maronita de San Elías . en Alepo, una Congregación del Corazón de Jesús. Era el año 1720.  (Etude sur le Sacré Coeur, Letierce, t II, pgs 102-103, 117, 119-120)
174 Enemigos encarnizados de la devoción al Corazón de Jesús fueron siempre los Jansenistas, de manera especialmente virulenta en Francia. Los jansenistas desnaturalizaban la idea de esta devoción, falseaban su origen y calumniaban a quienes propagan este culto. Aislaban el corazón del cuerpo de Cristo, del que forma parte, y también de la Persona del Verbo. A los apóstoles de esta devoción los llaman con desprecio cordícolas alacoquistas, y se ensañaban de manera especial contra el Arzobispo de Sens, Mons. Languet, autor del libro de la Vida de Sor Margarita María de Alacoque. Desde 1730 a 1789 sacaban una hoja panfleto semanal, titulada Les Nouvelles Eclésiastiques, que ponía verdes y llenaba de injurias y calumnias, sobre todo, a los Jesuitas.(Etude sur le Sacré Coeur, Letierce, t II, pg 569)
175 Alude a la famosa frase de Gamaliel (Hechos de los Apóstoles 5, 38)
176 Aquí la edición de Barcelona (1735) añade la frase: “de cuantas hay en la Iglesia”; luego sigue el texto igual.
177 La edición de Barcelona dice aquí: “hicimos” mención...
178 Sin normarla, el P. Juan de Loyola está pensando en la peste de Marsella. Tuvo lugar en 1720. En ella ocupó un lugar preponderante el jesuita P. Claudio Francisco Milley (1668-1720), Director espiritual de la Madre salesa Magdalena Rémuzat, llamada “la segunda Margarita María” y Superiora en el Monasterio de Marsella por aquel tiempo. Dice textualmente el P. Letierce: “Advertida sobrenaturalmente de que los pecados de Marsella clamaban venganza y de que Nuestro Señor se preparaba a herir con terrible golpe a la pervertida ciudad, suplicó al P. Milley que llevara este doloroso mensaje a Mons. Belzunce. El piadoso obispo se apresuró a comunicarlo al pueblo..., invitó a los pecadores a penitencia, pero todo en vano. Marsella, emborrachada de placeres, permaneció sorda a la voz de su Pastor... El azote estalló, fue terrible y ocasionó 60.000 víctimas. Todo el mundo sabe con qué coraje se colocó el obispo en el primer puesto de combate y con qué heroísmo permaneció hasta el fin. A su lado sucumbieron 20 jesuítas, y un mayor número de capuchinos y franciscanos”. El P. Milley se fue a atender al barrio más contagioso de la ciudad, el de los Echevins, y murió víctima de la peste y de su heroica caridad el 2 de septiembre de 1920. Mons Belzunce tuvo la inspiración de consagrar al Sagrado Corazón toda su diócesis y de hacer un especial voto si cesaba la peste, y la peste cesó como por milagro y Marsella quedó a salvo de ella. El Papa Clemente XI que había socorrido a la ciudad de Marsella con abundantes limosnas, se llenó de alegría al oir que Marsella había sido liberada del azote de la peste por la protección milagrosa e incontestable del Corazón de Jesús. Esta noticia ayudó mucho al fomento y propagación de la devoción al Sagrado Corazón.
179 El Tesoro escondido fue la primera obra en castellano sobre el Corazón de Jesús que se imprimió en nuestra Patria; pues aunque algo antes de salir este libro el P. Calatayud publicó susIncendios Sagrados  y el H. Juan Lorenzo Jiménez, compañero de Hoyos, había escrito un breve Resumen de la devoción al Corazón de Jesús, en realidad eran obras más bien piadosas, con poco fondo teológico.
180 Se refiere al P. Pedro de Calatayud, uno de los más grandes misioneros populares de la España del siglo XVIII.
181 La primera Congregación del Corazón de Jesús en nuestra Patria fue fundada en Lorca, en el año 1734.
182 Parece que a Felipe V, como tampoco a su abuelo Luis XIV, no le era del todo desconocida esta devoción, que había nacido en suelo francés hacía ya casi medio siglo, cuando escribe estas líneas el P. Loyola.
183 Felipe V escribe dos cartas al Papa pidiendo la fiesta del Corazón de Jesús para España y sus dominios. La primera la escribe en 1727, a ruegos del P. José de Gallifet, a quien un año antes le había costeado la impresión de su libro: De cultu Sacratissimi Cordis Iesu. En efecto, el P. Gallifet había escrito al rey el 22 de diciembre de 1725 diciéndole cómo ha presentado ya al Papa su libro “De cultu Sacratissimi Cordis Jesu” y le pide su influjo para lograr del Santo Padre la Misa y Oficio del Sagrado Corazón. Felipe V, en carta de 26 de enero de 1726 manda a su embajador en Roma que lo gestione De nuevo insiste Gallifet en carta de 1 de febrero de 1727 y el rey escribe a la Santa Sede al mes siguiente: el 10 de marzo de 1727. Esta es la carta que corona el pequeño libro del Tesoro escondido. Cuando el rey escribe esta carta, Bernardo no es más que un novicio de Villagarcía. Más adelante, en 1735, escribirá el rey otra carta a Roma pidiendo la misma gracia, y en esta carta sí tendrá que ver la actividad del recién ordenado sacerdote P. Hoyos. Por medio de su querido P. Juan de Loyola, Rector entonces del colegio de Segovia, pedirá la influencia del confesor real, P. Guillermo Clerke. Al estar la Corte de veraneo en la Granja de San Ildefonso, se acercará hasta allí el P. Loyola, y aunque la carta se escribe, no se obtuvo el resultado tan ardientemente apetecido por Bernardo. Habrá que esperar a 1815 para que le sea concedida a España esa gracia por manos del Papa Pío VII. Cincuenta años antes, en 1765, el Papa Clemente XIII había concedido la Misa y Oficio del Sagrado Corazón a Polonia y a la Archicofradía Romana, y muy poco tiempo después a la Orden de la Visitación. Con relación a la Compañía de Jesús, el P. General de la misma: Lorenzo Ricci obtiene en 1766 autorización para celebrar la fiesta del Corazón de Jesús, ayudado en esto por la increíble actividad del P. Dominique-Marie Calvi. Bernardo morirá sin ver la fiesta, pero habrá echado la semilla que fructificaría años más tarde: en 1856 (121 años después de la muerte del P. Hoyos) Pío IX extenderá a toda la Iglesia universal la fiesta del Corazón de Jesús.

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